A veces, sentado en la playa de arroz, sopla el viento y unos folios se me van de las manos. De las manos al mar. Hablan de un tipo que viajó a Cerdeña con una mujer. Los veo volar, estamparse contra una pequeña ola y pienso: "Déjalos ir, sólo son la 1/10 parte de un árbol enano, escuálido y para colmo sin raza".
La Coca-Cola que abrí ayer tiene ya un dulzor adhesivo.
Hoy me asomé a la ventana que da al jardín; había luz artificial.
Constaté que un enchufe es más rápido que una palabra.
La mayoría de las personas vivimos toda la vida basándonos en el esplendor de un solo día; los días que vienen después son los extrarradios fashion, la propagación edulcorada de aquella jornada. Ya sé cuál fue la jornada de esplendor de Agustín. Me da miedo escribirla, incluso pensarla.
He pensado que la población mundial lee mucho más de lo que reflejan las estadísticas: los textos de los envases de los productos manufacturados.
Por eso he pensado en los contenedores de basura como en verdaderas bibliotecas. Hoy he pasado junto al cadáver de Agustín. Decididamente, el tiempo está haciendo en él una cirugía curiosa, el tiempo es un artista que experimenta siempre sin fracaso.
(fragmento de la novela
Nocilla Lab de Agustín Fernández Mallo, tercera parte de su trilogía de narrativa post-poética experimental Proyecto Nocilla)
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