Cierro la taquilla. Salgo de guardia.
En el espejo del ascensor, mi mirada subrayada por la cafeína y el cortisol, mientras el busca sigue sonando dentro de mi cabeza.
Fusilan mis ojos las cosas, desteñidas en una magia ridícula.
Un esquizofrénico se arranca a cantar Camarón en el autobús urbano que mece mi insomnio.
Alerta por ola de calor en 32 provincias y yo te notaré fría.
Veo la muerte en pleno vuelo de una paloma gris. Cae sorda, ofrenda inútil, fruto maduro de un aire extraviado, obús discreto de plumas, cae. Derramada sobre la acera como el borracho derrotado por la realidad que somos.
Calentamiento global e hibernación afectiva.
Atraviesan mi memoria, como fotogramas fugaces, rostros de esperanza y certificados de defunción.
Lavapiés es un Ikea de moviliario outdoor en llamas y sin salidas de emergencia.
Recorro fruterías árabes, salones de apuestas deportivas, redadas policiales, terrazas donde exhibir felicidad, casi una red social de realidad aumentada.
Y tu smartphone desbloqueado cada tres minutos por una inercia sin fé, te recuerda que nadie te recuerda.
Me enorgullece mi nevera vacía, mi cuenta corriente vacía, mi bandeja de entrada vacía. La elegancia aséptica de una vida vacía. Diáfana y funcional, como la corteza impasible de un cuerpo abierto, aun caliente, tras la extracción de los órganos. Ese descanso aromático de tiopental y halotano sobre el gesto facial. Ese rumor lejano de tu propia monitorización hemodinámica, como un telediario de la niñez invadiendo una siesta de verano.
Baña mis párpados una luz que ya no es de fluorescente averiado y nada necesito.
Me masturbo y bebo.
Sonrío y pienso, que ojalá fuera irreversible esta pátina de ficción,
entre infantil y lisérgica,
que le confiere al mundo la privación de sueño.
Suena el despertador. Entro de guardia.
2 comentarios:
Me ha golpeado más tu poema que la ola de calor.
Perdón, que el golpe era en prosa.
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