"Por empezar con un clásico de Auserón,
un día más me quedaré sentado aquí,
en la penunbra de un jardín tan extraño,
barremos autopistas sabiendo exactamente
quienes somos si algo nos hace sufrir, y sin saber
quién vivió la felicidad que el azar nos tenía asignada,
parpadeamos y batimos ante un mismo relámpago
con la esperanza de que una voz nos diga
te espero, guarda para mí los kilómetros
que vienes quemando,
y al instante el trueno nos recuerda que al fin somos
no más que una tumoración florecida en la luz, un cuerpo
que llegó, creyó soñar y dejó aún menos que los animales,
quienes al menos dejan
conductas repetidas.
El tiempo
empieza después.
Heráclito dijo, el cosmos más bello
es basura esparcida al azar, lo que no dijo
es que esa sola frase pone en marcha
la duda de toda una vida: Dios no tiene unidad.
¿Cómo la tendré yo?, atormentó a Pessoa.
Nunca sabremos si vivimos tapando vacíos o
vaciando quimeras, ni si aún seguimos siendo
el niño que agarrando una muñeca
ríe junto a su hermana en la fotografía,
ni si el silencio abisal de las fotografías
es la prueba más fiable de que la muerte quedó atrás,
[siendo así, ¿qué nos espera?]
Una certeza: los versos son la forma
más amable del desamor aunque dilaten
el dolor de la herida, y ahora
a seguir adelante
[gracias Andrés por la frase]
con farmacia y con aguante.
Perder un amor equivale
a perder todos para siempre.
Lyotard vino a decir, se pisa humo,
y la hoguera está en tu cabeza,
lo que no dijoe es que eso ya todos lo sabíamos,
que desde Altamira el hombre no ha cesado
de inventar cosas inútiles, palabras como amor,
compañía, felicidad; incluso vida.
Lo dijo Woody, pero de otra manera,
la vida es como un campo de concentración.
Hagas lo que hagas no puedes salir de él sin morir.
Por eso necesitamos pensar que donde
termina el asfalto empieza la divinidad que no vemos,
estrecha es el alma, confesó San Agustín,
para contenerse a sí misma, y a pesar de todo
nos empeñamos en ser automóviles que
sin piloto ni luces se cruzan en la noche,
hacia su propia luz cada cual teledirigido,
hacia su propia sombra cada cual teleperdido.
No queda aún la última gasolinera,
el último desayuno en el shopping center,
un último vistazo al mapa de carreteras
cada vez más blanco y negro. Otro latido
menos amargo en los ojos azules de la cajera
antes del que será el último control de alcoholemia,
te dices,
nos queda.
Por terminar con el mismo clásico,
soy metálico en el Jardín Botánico."
(poema indeleble de Agustín Fernandez Mallo, número 31 de su Joan Fontaine Odisea, releído recientemente a tiempo en mitad de una autopista portuguesa desierta. De regalo los enlaces a las dos canciones que en el poema ocurren y a una más posterior que se me ocurre porque las palabras, se escurren)
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“Del fondo” surgen las visiones más aterradoras, pero también más
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