miércoles, 31 de diciembre de 2014

Indolencia (2ª parte)

El monzón descarga sobre Main Bazar y me refugio en un puestecito de venta de inciensos. El tendero me invita a sentarme junto a él y mascar nuez de areca en hoja de betel hasta que amaine. La luz se va y vuelve en varias ocasiones mientras el agua golpea las uralitas, y bromeamos al respecto en un nefasto inglés. Salgo de allí sorteando charcos y ciclorickshaws, e identifico entre la muchedumbre a Antonio, un ingeniero de caminos sevillano que conocí callejeando por Benarés. Le propongo comer juntos en Sam's bar y resulta ser hermano de una rehabilitadora y novio de una psiquiatra del Virgen Macarena. Me cuenta su experiencia viajando por Rajastán y Bombay mientras devoramos palak paneer y arroz basmati con salsa de menta.


Nos despedimos y paso mis últimas horas en Paharganj adquiriendo baratijas. Ese deporte nacional que es aquí el regateo, me pareció al llegar a India una irritante pérdida de tiempo, un ridículo cortejo comercial para ociosos. Ahora, me resulta un modo divertido de interaccionar con gentes locales y hasta me sorprendo escenificando un teatrillo que logra las sonrisas socarronas de los buhoneros y un buen precio por una figura en resina de Visna y unos colgantes de tela y bayas.


La cantidad de suciedad bajo mis uñas indica la duración de ni estancia en India con un margen de error de unas 36 horas. Visito Jama Masjid y observo todo Vieja Delhi desde el minarete de 40 metros de altura tras 139 peldaños en espiral. Visito Qtab Minar y me enamoro de la mujer del vestido rojo como en el interior una versión oriental de Matrix. Visito Lodi Gardens y no me desenamoro de nada. Anochece y la temperatura sigue siendo asfixiante. Me acomodo bajo el chorro de aire acondicionad en la recepción del hotel Prince Polonia.Veo un partido de Kabbadi en la televisión por cable (y no entiendo nada). Pido garlic naan y whisky solo. Duermo unos minutos. 




Me despido de Delhi. Descomunal en su indolencia. Con sus calles infinitas y ulceradas de pobreza y tiempo. Seguirá a mi espalda, agotadora de belleza, saturando todos los sentidos, y en todos los sentidos, a algún joven turista europeo. Ciudad armada de ojos alegres de niños sucios. Ojos gritando una vitalidad insultante en un idioma extraño. Me despido de Delhi sabiendo que en este lugar la poesía no tiene sentido.

lunes, 29 de diciembre de 2014

Indolencia (India norte, agosto 2014)

Madrugada del 18 de agosto: fin de fiestas patronales, olor a sudor y pólvora en mi camiseta de peña, arena entre los dientes y electroswing todavía moviéndome los pies. Veo mis ojeras reflejadas sobre el suelo encerado de la terminal 2, Barajas. Parejas se despiden en una atmósfera ridícula de luminosos duty free, un molestisimo ambientador neutro y policías nacionales de teleserie mala. Yo espero a facturar sentado contra el sueño y mi mochila de 30 litros. Suena en mis auriculares Nat King Cole cuando me abordan dos chicas italianas con alguna escusa nefasta. Aparentan mi edad y apestan a alcohol. Sonrío. Despotrican contra la última película de Paolo Sorrentino. Ya no tanto. Nos hacemos una foto. El avión llega a Zurich, donde hago escala y no vuelvo a verlas. Despego del suelo de nuevo, nunca del todo del sueño. Parece que esto empieza y no me lo creo.


Aterrizo y en otro planeta. India es una prueba de tolerancia al caos, la suciedad, el calor, la pobreza. No me hace falta perder el control, porque aquí absolutamente nada está en mi mano (sudada siempre). Intento disfrutar del fenómeno. Y todo huele a especias y baño químico festivalero desde que yo sólo huelo a protector solar y Relec forte. Todo es una imagen saturada, para unos ojos sumergidos en ácido lisérgico. India no es una prueba de tolerancia al caos, la suciedad, el calor y la probreza. Es un test de identidad no superado. Y yo lo afronto por supuesto desde mi escepticismo espiritual un poco infantil, quizá por falsamente digno.


Hoy he llegado a Agra descubriendo el teletransporte en 2 mg de Lormetazepan. Mis arterias derramadas en un tren-cama hecho de óxido, llantos de bebé e insectos como puños. Qué placentera extrañeza el saberse arrojado 12 horas y 610 kilómetros en sólo un cerrar y abrir los párpados. He venido a India sin motivos conscientes. No busco ni huyo. Sé que viajo desde y para un vacío sencillo de ignorar. Miro mi vida en España como una rueda de hamster y con cierto orgullo.
Me alojo en Friends Paying Guest House, de ventiladores averiados y regentado por un anciano orondo y risueño, constantemente drogado. Pues claro que he venido a India, y menos mal, sin motivos conscientes. Pero hoy, a la orilla del rio Jamuna, bajo la sombra imponente del Taj Mahal (esa cárcel fúnebre de amor y siglos sobrevolada por milanos negros) me he dado cuenta: estoy aquí para decirme que no.  


domingo, 21 de diciembre de 2014

"Ocultar esto"

Avanza diciembre como el autobús que pierdes
o un cáncer que te gana.

Sigue abierta, a deshora, una frutería árabe.
Los mendigos sueñan en sucursales bancarias.
Otro control policial en la glorieta de Embajadores.

A veces tu mirada. Casi siempre invierno.
Más importante que saber perder(se):
saber ser perdido.
Y a tiempo.

Llueve resaca.
Caen mis ojeras
siempre sobre tu nombre, caen
mis arterias con sueño de tanto
dióxido de nitrógeno,
de tanto odio
a los pacientes que sangran esta noche en Urgencias
y Facebook me pregunta cuales son mis recuerdos favoritos.

Yo conducía y tu sonabas ya como a postdata.

Y desde entonces sólo he sabido
tumbarme a esperar
al pasado
en el fondo de un vaso
rotos
ambos.

¿Porqué estamos parados?
Habrá habido un accidente
de tráfico.
De sueños
o de órganos
(no vitales, nunca).

Y desde entonces sólo he sabido
tragarme el pánico a esta percepción de realidad pausada.
A la sensación de reanudación inminente,
de algo terrible
siempre a punto de suceder.

(Salgo del portal.
Un hombre busca en la basura
y cuando levanta la cabeza
temo reconocer a mi padre)

Llueve resaca.
Yo me diluyo en semanas como la sangre
de mi nariz en el Manzanares.
En este lirismo ridículo de los domingos.
En la falta de sueño y el exceso de excesos
y palabras.

Atravieso en bicicleta
la ciudad y la tarde.
Pedaleo contra el frío y los semáforos.
Quizá para estrellarme contra unas lágrimas explicables.
Quizá para atreverme alguna vez
a atravesarte.

Pero claro que no existes,
Mi búsqueda ebria te ha creado.
Y sigo cavando en el aire de las noches
esas piernas donde enterrar un futuro cirrótico.

Facebook me pregunta cuales son mis recuerdos favoritos.
Propone: "Compromiso", "Se casó", "Nacimiento de un hijo"
...
Hago click (un poco fuerte) sobre "Ocultar esto".

Acumulo folletos de comida a domicilio.
El Estudiantes vuelve a perder en casa.
Otro paciente que me sonríe y morirá en este ingreso.
Sube el paro, los deshaucios, los suicidios.
Brindo con lluvia por el sueño químico,
olvido químico,
castración química.

Pensar a veces, qué bonita estarás así,
desprovista ya
de mi deseo.

Pensar a veces,
que en realidad todo va bien y no me sirve.

Facebook me pregunta cuales son mis recuerdos favoritos.
Y yo sólo sé
cuales me siguen matando de miedo.

Aquel puñal de lejía saltando
desde unos ojos huecos.

Tu mirada, todavía.

Haciendo del mundo siempre
mi herida única.