domingo, 27 de diciembre de 2020

miércoles, 23 de diciembre de 2020

tictac


A veces es muy tarde para tomar café. 
Y demasiado pronto para una cerveza. 
Eterno momento exacto 
suspendido de sueño y sed.
Extravío ahogado. Deshora desierta  
donde no encontrarnos.


lunes, 21 de diciembre de 2020

Open, las Memorias de Agassi

Me lo regaló Agüero, un tipo tan generoso como exigente, desprovisto en general de entusiasmo hacia el trabajo de otros. Bastó para generarme un interés inusual y me sumergí en su lectura con mi habitual falta de constancia. Me considero tan poco aficionado al tenis como a las autobiografías. Sin embargo disfruté de su lectura desde el primer párrafo. Una escritura sencilla, directa y cargada de un contenido extraño y simpático, contado de forma honesta y valiente, con muchas anécdotas divertidas y reconociendo una vulnerabilidad inesperada. 

Copio aquí algunos fragmentos que me han llamado la atención, páginas tras cuya lectura he tenido sin remedio que realizar el habitual doblez en su esquina, para poder regresar con agilidad: 

"Se supone que debo ser una persona distinta ahora que he ganado un torneo de Grand Slam. Todo el mundo me lo dice. Lo de "La imagen lo es todo" ha pasado a la historia. Ahora los comentaristas deportivos aseguran que, para Andre Agassi, ganar lo es todo. Tras dos años llamándome estafa, diciendo que no soporto la presión, que soy un rebelde sin causa, ahora me colocan en un pedestal. Declaran que soy un ganador, un jugador sólido, uno de los grandes. Dicen que mi victoria en Wimbledon los obliga a evaluarme de nuevo, a reconsiderar quién soy en realidad. 

Pero yo no siento que Wimbledon me haya cambiado. De hecho, me siento como si me hubieran hecho príncipe de un secreto sórdido: ganar no cambia nada. Ahora que he ganado un Grand Slam, sé algo que se permite saber a pocas personas en este mundo: las victorias no nos hacen sentir tan bien como mal nos hacen sentir las derrotas, y las buenas sensaciones no duran tanto como las malas. Con gran diferencia."

(...)

"Nos vamos en coche hasta las montañas, recorremos el Strip en ambos sentidos, escuchando el CD especial de Gil. Él lo ha titulado: Calambres de barriga. Su filosofía, en todo, es buscar el dolor, cortejar el dolor, reconocer que el dolor es la vida. Si tienes el corazón roto, me dije Gil, no te escondas de él. Recréate en él. Si nos duele, dice, dejemos que nos duela. Calambres de barriga es una colección de las canciones de amor más tristes jamás escritas. Las escuchamos una y otra vez hasta que nos aprendemos las letras de memoria. Cuando termina una canción, Gil recita las letras. A mí, de hecho, me sirven más esos recitados que las canciones en sí. Él deja en evidencia a todos los artistas. Prefiero oír a Gil recitar una canción que a Sinatra interpretarla. 

Con los años, la voz de Gil va haciéndose cada vez más grave, más densa, más aterciopelada, y al recitar el estribillo de un tema desgarrado suena como si a través de su cuerpo se manifestaran Moisés y Elvis Presley juntos. Merecería un Grammy por su interpretación del Please Don't Be Scared, de Barry Manilow: 

Cause feeling pain's a hard way
To know you're still alive. *

Aunque su versión de We Can't Build a Fire in the Rain, de Roy Clark, me emociona siempre, por más veces que la recite. Uno de los versos, en especial, nos dice mucho: 

Just going through the motiones and pretending
We have something left to gain. **

*Porque sentir dolor es una manera dura de saber que estamos vivos. 
**Repetir las acciones y fingir que nos quede algo que ganar."

(...)

"Éste es el libro de mi papá, respondió Jaden en un tono de voz que no le había oído usar nunca, salvo para hblar de Papá Noel y de Guitar Hero. 
Espero que él y su hermana sientan el mismo orgullo por este libro dentro de diez años, y de treinta, y de sesenta. Lo he escrito por ellos, pero también para ellos. Espero que les ayude a evitar algunas trampas en las que yo caí. Más aún, espero que se convierta en uno de los muchos libros que les ofrezcan consuelo, orientación y placer. Yo descubrí tarde la magia de los libros. De los muchos errores que quiero que mis hijos eviten, ése ocupa uno de los primeros puestos en la lista." 

jueves, 10 de diciembre de 2020

violines

 No he escrito antes sobre el coronavirus. Nunca he escrito hasta hoy del impacto que tuvo en mi vida y mi ánimo esta pandemia durante la primavera de 2020. Como sanitario, hijo o amigo, quizá como paciente, puede que lo peor aun esté por ocurrirme, quién sabe. Pero durante los meses de marzo y abril de este interminable año, viví momentos extenuantes y espantosos trabajando en el hospital. Y después, al volver a casa en coche por las calles vacías, momentos de voz quebrada al manos libres, tratando de fingir fortaleza y esperanza como respuesta a siempre las mismas preguntas de seres queridos preocupados. 

Recuerdo aquellos días de forma vaga, movido por un automatismo instintivo, una alienación de supervivencia. Convencido de la conveniencia de trabajar todo lo posible para así, ya fuera por cansancio o por falta de tiempo, poder pensar lo mínimo imprescindible, y que a la vez, el calendario avanzara lo máximo. Recuerdo consultar con esperanza la sección diaria de Kiko Llaneras en la prensa digital ansioso de algún indicio epidemiológico de mejoría cercana. Las noches en vela, creyendo apreciarme una leve dificultad respiratoria, las horas con los ojos fijos, muy abiertos en medio de la oscuridad. Los días agitados y repletos de silencio, temiendo la noticia fatal y probable de algún familiar o amigo. 

Durante todo aquel tiempo, lo recuerdo bien, un par de artefactos diarios de contenido audiovisual me ayudaban a desafiar esta realidad desapacible. Todas las noches, al llegar a casa agotado, ponía en la tele pública el final de las noticias y Carlos del Amor firmaba unos reportajes de minuto y medio que no eran sino pura poesía de lo cotidiano en forma de fotografías, música y su voz en off con unas pocas palabras idóneas. Todas las mañanas a las 7:41, en RNE1, Laura Barrachina, a modo de resumen de su programa "efecto Doppler" de la noche anterior, declamaba una reflexión filosófica y recomendaba con lirismo y elegancia una buena serie, un prólogo lúcido de novela o una portada de disco recóndito. Siempre tras una música de violines que anunciaba su sección. Y en la que no puedo dejar de reconocer la melodía de Where is my mind? de Pixies (aunque la señorita R jamás me ha dado la razón en esto). Y así cada mañana iba despertando cansado en mitad de una rutina de incertidumbre y dolor, sin saber qué horror viviría esa jornada en el hospital al que me dirigía. Pero silbando al volante la sintonía de violines, emocionado ante el comienzo de mi dosis diaria de cultura. Fresca. Evasiva. Necesaria.