domingo, 3 de enero de 2021

Patacon y Gerris Lacustris

 En los últimos días de diciembre de 2020 son noticia las palabras escogidas por academias de la lengua como las más significativas del año. Creo que "confinamiento", "coronavirus" y "nós" (por gallega y también por distinta comentada con Mateo vía telefónica) fueron algunas. La madrugada de nochevieja, sin embargo, rondó mi cabeza de forma obsesiva la palabra "patacones". Ja. Llegó a mi por Regi. Ella la pronunció en nuestra cocina, por la tarde, mientras deshacía el hatillo de víveres y me daba instrucciones para preparar el ceviche de langostinos. Creo que patacones son las rodajas secas de plátano macho frito, muy crujientes, y según parece, deben sumergirse en el caldo inmediatamente antes de comenzar a degustar el plato, para evitar que se reblandezcan, y preservar así el contraste de texturas y consistencias. Lo que aprendo con ella, oye. El caso es que la palabrita en cuestión debió de quedar resonando en mi inconsciente como para que unas diez horas después no pudiera desprendérmela del pensamiento mientras intentaba continuar durmiendo. 

Muy distintos son los significados que me evocaba de forma errónea su fonética. Recordé "barracón", claro, de origen militar, probablemente por la noticia reciente y celebrada de que mi amigo Dani adquiría y se instalaba una vivienda prefabricada en un terreno cercano a la casa de mis padres. Me confundía "patacudo" cuyo significado dudo haber conocido previamente y he tenido que consultar: adinerado, en portugués. Y por extensión "zancudo", sinónimo en américa latina de mosquito, referido a la familia de los culícidos (orden Díptera) en taxonomía, que incluyen especies vectores de la Malaria o la Fiebre Amarilla. 

Asocié a continuación "zapateros", esos asombrosos insectos de río (orden Hemíptera, familia Gerridae) que logran desplazarse por la superficie del agua apoyados sobre sus larguísimas patas en constante flotación. Un fenómeno interesante que se fundamenta, supongo, en la tensión superficial del agua y en una especie de almohadilla formada por pelos hidrófobos que poseen en los extremos de sus patas, esto no lo suponía en absoluto, consiguiendo así formar una minúscula bolsa de aire sobre la superficie. Lógicamente esto de nuevo lo he tenido que consultar. Cómo iba yo a saberlo. Por quién me tomáis. Así he aprendido además, que su conocimiento profundo era un reto, y ha sido materia de estudio para los prestigiosos matemáticos del MIT. Nada menos que una de las últimas incógnitas físicas de la locomoción animal que quedaba por desentrañar. Por lo visto los zapateros se mueven como una barca de remos y no servía, como con los animales terrestres, la tercera ley de Newton para explicar su movimiento. Publicaron el estudio en 2003 en la revista Nature y construyeron un prototipo de robot que camina sobre el agua aplicando estos mismos fundamentos. El pasado verano me bañaba en el río Ega a su paso por Arbeiza, reparando en la curiosa anatomía de estos simpáticos bichitos y sin embargo ignorando por completo toda esta información.

Como veis, así hila, salta, desvaría y gripa una mente afectada por la privación de sueño y la resaca. ¿Dónde termina la asociación de ideas y empieza el discurso divergente? Feliz 2021 y salud mental para todos. 


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