sábado, 14 de enero de 2017

Tony Pagoda y sus amigos, de Paolo Sorrentino

"Y por la noche retomo mi vida de viejo. En el silencio de mi casa, sentado solo en la cocina contra la modesta luz de la araña, me como unos albaricoques que extraigo con destreza de unos papeles de periódico. Detengo la mirada sobre un artículo que he visto impreso en el papel arrugado del periódico. Todavía conserva el perfume de plomo y albaricoque. Habla de las diez razones por las que merece la pena vivir. Me apasiono. Y leo esa lista en la que predominan las cosas bonitas. Los hijos que dicen papá, las puestas de sol, la fidelidad, los mares celestes de Tavolara y Salina, los esposos y esposas que llevan juntos treinta años, las miradas ardientes de los enamorados, los despertares con el olor del compañero al lado, la pizza margarita, los indelebles recuerdos de la escuela, la amistad pura.
En resumen, un gran repertorio de experiencia y ternura flota en esas listas de la felicidad redactadas por gente común. Y es en ese mismo momento cuando me doy cuenta de que ese repertorio, ¡ay de mí!, no me pertenece. No consigo compartir con ellos la misma experiencia. Un estremecimiento de sufrimiento me atraviesa. Porque, desgraciadamente, vivo con la maldita, insoportable convicción según la cual el alma humana tiene facetas que van más allá de sus buenas intenciones.
En homenaje a estas convicciones y por respeto a mi verdad, he decidido escribir mis diez motivos por los que merece la pena vivir.
Ahí van:
1. La exaltación impagable de irse a la cama exclusivamente con las mujeres de los demás.
2. Intentar vivir honestamente, no conseguirlo, y decir con satisfacción que los has intentado.
3. Volver a casa infelices e indefensos, pero sin sentido de culpa.
4. Constatar, con una sonrisa, que la resaca ha sido inferior al pico de excitación proporcionada por las drogas y el alcohol.
5. Decapitar, con un sable antiguo, las cabezas de todos los padres obsesionados exclusivamente con la educación de los hijos.
6. Meter la cabeza debajo de las sábanas después de haber practicado, a intervalos regulares, el noble arte de la aerofagia.
7. Cruzarse por la calle con gente que conoces, mirarles directamente a los ojos, y no saludarles.
8. Duda de la inteligencia de las personas consideradas por unanimidad inteligentes.
9. Descubrir, pero desgraciadamente no sucede nunca, que todos están conspirando en tu contra.
10. Los ojos secos de las madres.
Habría también un onceavo: los ojos secos de los padres que no hemos tenido."

"...Le digo al taxista el nombre del hotel, pero a lo largo del trayecto veo un quiosco donde se venden perritos calientes y le pido que me deje allí mismo. Así estoy: en frac tomando un bocadillo, rodeado de seis adolescentes borrachos que arman jaleo. Sueltan frases en alemán. No entiendo nada. Pero, naturalmente, se puede percibir el ritmo y la atmósfera de las cosas que dicen. ¿Y sabéis qué descubro? Se están divirtiendo. Con nada. Con seis cervezas de un euro y tres bocadillos que comparten. Dos se besan en la boca porque han descubierto que se quieren. Otro los divierte imitando a alguien desconocido para mí. Otro disimula un eructo. Exóticas bellezas. Ríen de pronto, simplemente porque se han mirados los unos a los otros. No valen una mierda, nada, y sin embargo son un concentrado de dignidad insólita, elegante, objetiva.
Son la juventud, tal y como tiene que ser.
Perder el tiempo, ociosamente, para descubrir poco a poco todo lo que la vida tiene para ofrecernos: la amistad, el sexo, el dolor, la inseguridad, la vorágine, el enamoramiento, el resentimiento, la envidia de aquel que se ha quedado solo porque aquellos dos se están besando. Los miro con descaro, con insistencia, y formulo un pensamiento muy simple: aquí es donde debería de estar la tal Ruby. Tendría que estar en medio de estos chicos. Y también todas las demás que van arriba y abajo de la misma manera, si tan solo supieran lo que se están perdiendo al no estar aquí con estos seis austriacos frente al quiosco de los cojones.
En cambio, se creen muy listas haciendo cosas de viejos, cosas que la vida te condenará a hacer más adelante: shopping sin parar y novios canallas, padres carroñeros, relaciones instrumentales y hermanos rufianes.
Les querría decir; habrá tiempo para estas cosas, pero por ahora id con los chicos de vuestra edad a decir tonterías hasta las tres de la madrugada, pasad de todo lo demás. Es aquí, delante de todos los jodidos quioscos de todas las ciudades, donde anida la belleza, no a bordo de los coches por cortesía y en las falsas discotecas de las casas privadas de los ricachones que manotean a diestro y siniestro..."

"Al final no queda otra que buscar un espejo para decirse con desconocida sinceridad: eres un subnormal."

(fragmentos geniales de la genial novela Tony Pagoda y sus amigos, de Paolo Sorrentino, descubrimiento reciente de personita cercana que agradezco hasta el infinito ;-)