sábado, 28 de febrero de 2009

Amor, rebeldía, libertad y sangre (un hombre de campo)



TE QUIERO MADRE

No te apures, madre,
no tengas miedo a quedarte solita
ya por más noches,
que aunque me vaya de fiestas
y venga borracho y tarde,
está toda tu casita
llena de duendes amantes
que mi espíritu a ''dejao''
para que te cuiden, madre.
Madre, cuántas noches ke ''llorao''
por no saber quererte,
por no saber dominar mi genio,
por no darte un beso cuando llego,
por no acariciar un poco más tus manos,
por no hacerte reir y a veces llorar.
Llorrar sí te he hecho, ¿verdad, madre?
Madre, ¡cuantas noches he ''llorao''
por no saber quererte!



(Manolo Chinato)






jueves, 26 de febrero de 2009

Caída al vacío de unos ojos tristes


Una metralla de aristas de sueños partidos.

Su mirada era un chorro afilado de flores muertas.

Y ella ya lo sabía.

Observaba como arropando los objetos con una nevada sorda

de sangre en polvo, como regando de grises las cosas

con una pátina oxidada en muertes inútiles.

Dos taladros invisibles contra la geometría distorsionada del espacio,

contra las cenizas de los cuerpos huecos,

perforando y extendiendo esta infección de penas sucias,

diseminando esta quietud desconcertante de cielo de cuadro,

esta siniestra sospecha de jardines secos bajo nubes de hielo negro.

Golpeando hasta detrás del fondo opaco de otras pupilas y su esperanza.

Mataba de tristeza todo lo que miraba.

Y ella ya lo sabía.

Por eso llevaba hundidos sus ojos de llama de plástico.

Contenidos junto al dolor, tras unas rejas de piel y pestaña

que eran persianas de plomo caliente.

Escondía su devastación arrojadiza y secreta

como colocándole un bozal de paja a un rebaño de tormentas.

Y una vez me miró a mi.

Y en realidad no me miraba.

Y ya nunca supe si morirme de todas formas,

o morir sin llegar a ser matado sin embargo.

Si podía existir aún esta extraña envidia mecánica

de tragedia misteriosa en tonos fríos,

dibujando un naufragio invisible en un desierto de tristeza líquida.

Resbalando como el tiempo grumoso y letal

por las cornisas prometidas de la conciencia imprecisa.

Fué la última vez que miré a los ojos.