domingo, 1 de febrero de 2009

Insomnio, puzzle macabro



"...<> pensó Hélène, <<si le hablara de esto como si fuera cierto, como si realmente Juan hubiera estado aquí y yo le hubiera sonreído, si le dijera simplemente: Juan ha venido contigo a esta casa, o le dijera: Esta tarde maté a Juan en la clínica, o tal vez si le dijera: Ahora sé que la verdadera muñeca eres tú y no esa pequeña máquina ciega que duerme en una silla, y el que te ha enviado aquí, ha venido contigo, trayendo la muñeca bajo el brazo como yo he llevado tanto tiempo ese paquete con un cordel amarillo, si le dijera: Estaba desnudo y era tan joven y yo nunca había mirado unos hombros, un sexo, como si fueran otra cosa que unos hombros y un sexo, nunca había pensado que alguien pudiera parecerse tanto a Juan porque creo que nunca he sabido cómo era Juan, si le dijera: Te envidio, te envidio, envidio ese sueño de guijarro pulido que te ciñe, esa mano que has dejado venir hasta mi almohada, envidio que puedas irte de tu casa, pelearte con las escolopendras, ser virgen y estar tan viva para alguien que se te irá acercando por alguna calle del tiempo, temblar como una gota de agua al borde del futuro, ser tan húmeda, tan cogollo, tan gusanito inicial asomándose al sol. Si te lo dijera sin despertarte pero de alguna manera llegando hasta tu centro, si te murmurara en la oreja: Huye de los cátaros. Si pudiera quitarte un poco de tanta vida sin lastimarte, sin pentotal, si me fuera dado disponer de la perpetua mañana que te envuelve para llevarla hasta ese sótano donde hay gente llorando sin comprender, repetir el gesto y decir: Ahora voy a pincharlo, ahora no dolerá nada, y que él abriera los ojos y sintiera entrar en la vena un calor de regreso, de remisión, y yo pudiera volver a tenderme a tu lado sin que te dieras cuenta de que me había ido, de que Juan estaba ahí en la oscuridad, de que una lenta ceremonia incomprensible nos había acercado en la noche desde nuestras infinitas distancias, desde la tristeza de Juan, desde tu alegría de potranca, desde mis manos llenas de sal, pero quizá no, quizá ya no hubiera quedado sal entre mis dedos, quizá me hubiera salvado sin saberlo, desde un capricho de Tell, desde la muñeca que es Tell y es Juan y sobre todo eres tú, y entonces fuera posible dormir como estás durmiendo, como duerme la muñeca en la cama que le has hecho, y despertar más cerca de ti y de Juan y del mundo, en un comienzo de reconciliación o de olvido, aceptando que la leche pueda volcarse en el fuego sin escándalo, que los platos queden sucios hasta la noche, que se pueda vivir con una cama deshecha o con un hombre que abandona la ropa por todas partes y vacía la pipa en el pocillo del café. Ah, pero entonces ese muchacho no tendría que haber muerto así esta tarde, porqué primero él y después tú, porqué él antes y tú después. Creer que se pueden reordenar los factores, abolir esa muerte desde aquí, desde esta esperanza inútil del insomnio, qué estúpido engaño. No, Hélène, sé fiel a ti misma, hija mía, no hay remedio, ilusión de que esta hambre de vida que da una chiquilla y su muñeca puedan cambiar nada, los signos son claros, alguien muere primero, la vida y las muñecas llegan después inútilmente. Óyela respirar, oye ese otro mundo al que no accederás ya nunca, su sangre que no será la tuya; cuanto más cerca estás de ese muerto que se parecía a Juan, hubiera sido necesario otro orden, que él volviera del síncope para cumplir la promesa, su tímido <Hasta luego>, y entonces tal vez sí, tal vez la muñeca y la niña que ama el queso Babybel se hubieran dado en el orden necesario, y yo hubiera podido esperar a Juan, y todo lo que por un momento imagino de otra manera, esto que irónicamente hay que llamar nostalgia, hubiera cuajado en el arribo de la muñeca, en el verdadero mensaje de Juan, en la respiración de esta chiquilla feliz. Entonces, ¿no hay ruptura posible, tengo que seguir ese camino seco, otra vez sentiré el peso del paquete lastimándome los dedos? Háblame desde el sueño, Célia, desde este estúpido delirio complaciente, di la primera palabra, dime que estoy equivocada como tantas veces me lo han dicho todos y les he creído y he recaído apenas entraba aquí, o en mi oficio o en mi orgullo, dime que no es completamente inútil que Tell me haya enviado esa muñeca y que tú estés ahí a pesar de la muerte inaceptable bajo lámparas blancas. No me dormiré, no me dormiré en toda la noche, veré la primera raya del alba en esa ventana de tantos insomnios, sabré que nada ha cambiado, que no hay gracia. Huye de los cátaros, chiquilla, o sé capaz de arrancarme a tanto musgo. Pero duermes, ignoras tu fuerza, no sabrás cuánto pesa esa mano que abandonas en mi almohada, ignorarás hasta el fin que el torpe horror de esta tarde, que esa muerte bajo luces frías pudo ceder por un rato al calor de tu aliento, a esa playa de ti misma tendida en su arena asoleada, llamándome a su oleaje libre, sin rutinas ni rechazos. No te pierdas, no vayas a decir nada, déjame seguir oyendo el ir y venir de las pequeñas olas en tu playa, déjame pensar que si Juan estuviera aquí mirándome, algo que ya no sería yo misma saldría de una falsa interminable ausencia para tenderle los brazos. Sé que no es verdad, sé que son las quimeras de la noche pero no te muevas, Célia, déjame intentarlo otra vez, reordenar una despedida, una aguja clavándose en un brazo, un paquete postal, una mesa de Cluny, una envidia, una esperanza, y ahora esto otro, Célia, esto que es quizá otra manera de entender o de perderse del todo, no te muevas, Célia, espera todavía, espera, Célia, no vayas a moverte, a despertar, espera todavía.>>..."




Fragmento extraído de la novela "62, modelo para armar" de Julio Córtazar.
En la que desarrolla el proyecto expuesto por Morelli, su alter ego teorizante, en el capítulo 62 de Rayuela.




Fotografía coloreada "La Muñeca" 1949, de Hans Bellmer. Edición Filipacchi (Paris). Centro Georges Pompidou. Museo Nacional de Arte Moderno (Paris).




1 comentario:

Sofía dijo...

hermoso, la verdad, hermoso