“La mano que tiembla” yace áspera y parcialmente flexionada. “La mano que tiembla”
derrama, lluviosa y pálida, sus dedos absurdos sobre el fondo de lycra negra. “La mano que tiembla” no sabe porqué.
“La mano morena y suave” aparece en el plano, suspendida. Desciende. Su meñique terso y mínimo acaricia la superficie yerma de “La mano que tiembla”.
“La mano que también tiembla” entra en escena, brusca y trágica, correspondiente izquierda de “La mano que tiembla”. “La mano que también tiembla” lanza, desesperada, sus dedos inútiles y adhesivos sobre el meñique de “La mano morena y suave”, dibujando un abrazo asfixiante y ridículo. “La mano que también tiembla” tampoco sabe porqué.
El meñique de “La mano morena y suave” resulta en esta ocasión demasiado suave. La carne se escurre entre la carne. Y los dedos de “La mano que también tiembla” se precipitan, incrédulos y fríos, al vacío de una tapicería de autobús de línea regional. Toda la secuencia envuelta por un perfecto silencio más cómplice que fúnebre.
“La mano que tiembla” presencia la fatalidad, sin la más mínima variación de su temblor inicial. Con la escalofriante soberbia de quien auguraba una catástrofe ahora consumada. “La mano también morena y también suave” no llegó a tiempo. Nunca llegó. Y “La mano que tiembla” culpa a “La mano morena y suave” de la ausencia criminal de su correspondiente derecha, con un repudio táctil e invisible.
“La mano que tiembla” se sabe escéptica. Y se repliega en su gravedad flexionando por completo sus falanges, como un arácnido consumiendo sus últimas fuerzas para recibir a la muerte en una posición sofisticada, adoptada automáticamente con dignidad y elegancia.
“La mano morena y suave” no sabe si es escéptica. Sabe que quizá, “La mano que tiembla” y “La mano que también tiembla”, simplemente temblaran por la arbitrariedad de la transmisión mecánica de vibraciones a través de las estructuras de un vehículo en marcha. Lo sabe y no le consuela porque no lo necesita.
“La mano que tiembla” ya no tiembla. “La mano que también tiembla” ya tampoco tiembla. “La mano morena y suave” ya no acaricia.
Y la evidencia desmesurada del simbolismo se torna obscenidad implacable. Sináptica. Letal. Golpea inmediata la carne neuronal y humillada del raciocinio.
Y asusta, como casi siempre, más de lo que duele.
1 comentario:
¿Ésto es tuyo?...
Me sorprende porque, además de ser genial como todo lo que te leo, tiene algo diferente...un cambio... no sé...
Publicar un comentario