Vuelvo de cinco días perdido de placer, caminando sin rumbo hacia mí mismo por las arterias pedregosas de Albaycín, de Sacromonte, de Realejo.
Todo el día drogado de belleza en el Campo de los Mártires.
Con el sol de noviembre bañándome los párpados en el Carmen de la Victoria, en la Plaza de la Cruz Verde, en el Mirador de Aixa.
Con los labios destrozados del frío
contacto con nada, en el cruce de la Cuesta de las Arremangadas con la Calle del Beso.
Sabiendo estar solo para ya nunca sentírtelo, volviendo de fiesta por el Paseo de los Tristes, desayunando en Plaza Larga. Bebiéndome el pasado a tragos largos de Alhambra en Casa Julio.
Aprendiendo a seguir.
Escuchando Eskorzo en Boogaclub, Son de Nadie en Patapalo, Los planetas en Vogue. Llorando con Estrella Morente en mi mesa para uno y whisky solo de los Jardines de Zoraya. Observando.
Disfrutando de mí mismo y para siempre.
Me he borrado las huellas dactilares con tierra caliente.
Me he enamorado de la sensación de no necesitar (a nadie) y a la vez de todas las mujeres preciosas de esta ciudad encantada.
He sido devorado por mi propio personaje protagonizando "Granada ya no nos quiere". Eterno en este lugar con el poder definitivo de hacerte remoto (casi encontrable para quien se atreva a buscarte desde la magia o el viento).
He vuelto a Granada para mirar a los ojos a una vida que pude haber elegido.
Y seguir sonriendo.