sábado, 22 de junio de 2019

Cirrostratos y altocúmulos


De un tiempo a esta parte, vengo dedicando las mañanas de los domingos a leer en la prensa nacional las últimas columnas de escritores que admiro. Manuel Rivas, David Trueba o Almudena Grandes, por ejemplo. Lo hago con la ambición reconocida de ir adoptando de forma progresiva y sin mayor esfuerzo por mi parte, algo al menos de la fluidez de su prosa. De la sencillez certera de una prosa creíble y elegante, que no tengo.  

Aquí va el primer intento, servirá para juzgar la utilidad de mi nueva costumbre esperanzada.

Esta mañana desperté con la insistente resonancia mental de una palabra. De un nombre, más bien. De un nombre y un apellido, cuyo origen o significado, no conocía o no recordaba. En ocasiones ocurre que el inconsciente almacena una información durante nuestras vivencias rutinarias apresuradas. Un tiempo indeterminado después y sin razón lógica aparente, esta información acaba por aflorar hasta nuestro cerebro consciente de forma repentina, dejándolo a uno confuso e inquieto, obligándolo en ocasiones a volver a olvidar sin preguntarse nada.

Habitualmente me ha ocurrido a mí este curioso fenómeno, viniéndome a la mente, como una especie de regurgitación cognitiva,  un dato que no creía recordar, en el momento justo para compartirlo en una conversación sobre alguna materia aleatoria que de la que no poseo la más mínima cultura general. 

Platos de cocina coreana, la discografía de Los Pekenikes, los tipos de nubes cirroestratos y altocúmulos, el reglamento actualizado del balonmano playa, yo qué sé. La fecha exacta de una batalla célebre y lejana, el nombre auténtico no artístico de un director de cine o un vocalista de soul, vaya usted a saber, cualquier cosa. Palabras técnicas absurdas sobre geología, aprendidas alguna vez en la asignatura escolar de Conocimiento del Medio, edafología, astenosfera, foliación, buzamiento.

Y siempre en el contexto festivo de una ebriedad compartida con amigos o pareja, en un ambiente distendido, no laboral, con la guardia bajada (supongo que algo tendrá que ver, del mismo modo que recordamos más el contenido de nuestros sueños en períodos vacacionales en que estamos relajados). Aunque también con un ánimo discretamente eufórico, consecuencia innegable del alcohol consumido.

Esta vez no ha sido así, no había bebido nada, y estaba solo. Aunque bien pensado, el hecho de estar de guardia localizada durante el fin de semana, y haberme dormido la noche anterior con una incierta ansiedad basal (temeroso de una llamada urgente desde el hospital en plena madrugada), pudiera equipararse en cierta medida a la excitación del influjo etílico que antes mencionaba, no sé.

Siento algo de miedo, o de pudor, al desvelar exactamente qué dos palabras me han venido a la mente nada más despertar, esta mañana. Supongo que porque sé que así muestro a los demás, más de mi de  lo que yo mismo estoy dispuesto a saberme. La conciencia es esa autocensura de supervivencia. El inconsciente, ese trastero con humedades donde guardas los discos de grupos que ahora odias y fotos de exnovias que te hicieron daño. Un habitáculo asfixiante y con arañas, donde caben más trastos de lo que crees, del que mantienes alejado a las visitas, pero que te recuerda, de vez en cuando, quién eres y por qué.

No voy a cebarlo más, ahí van. “Álvaro” y “Cunqueiro”.

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