sábado, 28 de marzo de 2009

Este oficio no es para cobardes



La gente tiene una idea muy equivocada de los poetas. Un poeta no es una damisela asustadiza que se pasa la vida oliendo flores y soltando remilgos de monja o flatulencias sentimentales. Un poeta es un peligro público. Me refiero a los poetas de verdad, claro está, no a los meros versificadores o a los trileros que expanden logomaquias. ¿Que cómo se reconoce a un poeta de verdad? Nada más fácil: un poeta de verdad es aquel que se juega el pellejo en cada uno de los poemas que escribe, lo cual significa que no hay nadie tan valiente (o tan temerario) como un poeta de verdad, quizá porque tampoco hay nadie tan vulnerable. No digo que un poeta de verdad no pueda ser un caballero cortés, de ideas políticas aburridamente razonables, un padre de familia amantísimo y un ciudadano probo. Por supuesto que puede serlo; de hecho, suele serlo. Pero detrás de esa apariencia civilizada se agazapa siempre el corazón en pie de guerra de un cazador de cabelleras o de un comanche sediento de sangre. La prueba es que no hay guerra más cruel que la guerra entre poetas, una guerra en que nunca se hacen prisioneros, y cuya única norma conocida es que no admite normas. El oficio de poeta consiste en cazar la verdad, así que para ser un poeta de verdad no hay más remedio que lanzarse alegremente a esa misión suicida. Por eso el poeta siempre está en guerra. El poeta de mentira está siempre en paz consigo mismo y en guerra con los demás. El poeta de verdad está siempre en paz con los demás y en guerra consigo mismo, o en guerra consigo mismo y también con los demás...



(Javier Cercas, artículo publicado en ElPaísSemanal del 15 de Enero de 2006)




2 comentarios:

henry pascual dijo...

amigo, hoy necesitaba esto, te lo digo con una herida que sangra...

henry pascual dijo...

amigo, hoy necesitaba esto, te lo digo con una herida que sangra...