domingo, 7 de junio de 2009

Joder, cómo me gusta este poema



Infancia

Un cardúmen de hormigas coloradas
devorándome el brazo.
La operación de amígdalas
y el médico sonriendo como un chef
que me mostraba una bandeja
con dos albóndigas crudas
que sacó de mi garganta.
La mañana en que mi viejo
me asesinó el triciclo
con las ruedas del camión
y se asustó tanto por mí
que me pegó dos cachetadas.
La imagen de gardel
que sonreía como el doctor
en los espejos de todos los colectivos
de buenos aires.
El nombre de perón pronunciado en voz baja
como el rezo a un dios improbable.
Las tardes en que se rompía la tele.
Mi falta de pericia para romperme un brazo
como los otros chicos del colegio.
La idea de que alguna vez
mi abuelo iba a morirse.
La maestra antisemita
que casi me arrancó una oreja
sin que pudiera decirle
por orgullo
que ni siquiera era judío de verdad.
La vez que metí la cabeza
entre la heladera y la pared
para ver que había detrás
y creí que me quedaba atrapado para siempre.
El perro que me mató un camión
igual al de mi viejo.
Las mudanzas.
La gente que me miraba desde arriba
y parecía esperar algo de mí.
La condena de la siesta.
Los mofletes como manzanas.
Mi voz de pito.
Los gritos de mi tía cuando me encontró
con mi prima
jugando al papá y a la mamá en su cama
y no saber en realidad que estaba haciendo.
La nena de las trenzas
que me dejó tocarla ahí por diez caramelos
que me mostró las bombachitas por siete caramelos
que iba a bajárselas por doce caramelos.
Y me quedé sin caramelos.

La lentitud del tiempo
y su caravana de lombrices.

No me vengas con que la infancia
es un jardín bucólico.
Casi siempre es un campo minado.


(Carlos Salem)

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