lunes, 9 de julio de 2012

Deliciosamente cierto


Llueve fuego en el Paseo de las Delicias. Su asfalto caliente va encharcando las tardes extrañas de julio contra un cielo derretido y las ruedas de los autobuses de la EMT arañan tu cerebro de sueño infinito. En ambas aceras, largas hileras de chopos se abrazan en la lejanía enmarcando un punto de fuga que se estrella contra la fachada del Reina Sofía dirección noreste y contra las últimas plantas del 12 de Octubre en sentido contrario.

Se me retuerce el verano andando deprisa con el abono transportes entre los dedos, ante las tiendas de regalos de la estación de Atocha y su aire acondicionado con olor a croissants, siempre esquivando maquilladísimas comerciales de ING direct y Citibank. Avanzo un par de páginas al día un antiguo billete sencillo de cercanías en mi libro de Agustín Fernández Mallo, y estalla un nudo de catenarias y tormenta en el espejo de mis gafas de sol. Es este sur de Madrid ardiendo con el norte en ningún sitio. Conmigo dentro.

Vivo en una calle donde hay más sexshops que floristerías, y ancianos buscan en la basura y duermen con abrigos de plumas sobre los bancos. Vuelan los taxis y las vespas de los ejecutivos. Vuela el reloj y el insomnio hasta los balcones que no ondean banderas eurocoperas de España. Las chicas del barrio te miran (para que las veas y puedan sonreirse mirando al suelo) cuando echas en tu carro del supermercado suavizante para lavadora "al aloe vera" y una malla de cebollas. Y salgo a cenar con mis nuevas compañeras de trabajo y vuelvo de fiesta andando a mi nueva casa y no termino de creerme que esta sea ahora mi vida.

Regalo vinilos que compro en la Fnac de Preciados como un modernito gilipollas, culto y aburguesado, casi descreído. Subo Moyano y corro por el Retiro como un yuppie estresado que huye de sí mismo y sus corbatas, entre niños imbéciles persiguiendo palomas y chicas perfectas que patinan de espaldas como por el paseo marítimo de una playa californiana. Me siento en el suelo del vagón de metro con una litrona entre las piernas y miro hacia arriba las caras torcidas de los viajeros rectos, borrándose entre acordes de mp3 y olor a goma caliente.

Subo de dos en dos los escalones de madera chirriante del interior de mi portal viejo. Leo los post-its de mis compañeras de piso sobre el frigorífico y sólo veo poesía. Tiendo una lavadora al olor perpetuo a marihuana de mi patio interior. Bebo un Martini desnudo frente al ventilador y cliqueo una vez más sobre el "omitir anuncio" de otro videoclip de canción triste en el Youtube. Es como si mi vida anterior jamás hubiera tenido lugar. Si hasta este preciso instante yo no hubiera existido, todo a mi alrededor sería exactamente igual. Es como si Madrid me llevara toda la vida esperando. A que matara mi pasado para ella. Y creo que me encanta.

2 comentarios:

Clariclea dijo...

Tu post es envidia pura. Los Cercanías siguen llenos de gente que soñamos con un fin de fiesta sin dormir en los bancos de Atocha.

mvua dijo...

Pero qué bueno.