miércoles, 5 de junio de 2013

, y persistir.

Hay que estar confundida para barrer de un solo golpe el sueño y heridas mal cerradas; estrellas que esperaban entre el polvo [como el último rayo del día nos espera casi siempre entre las baldosas] [más de paciencia]. Aspirar el tallo de la rosa y escupirlo, vomitar de una sola arcada cuanto se ha vivido [y no vivido]. Hoy he ido a comprar el pan y el horno estaba cerrado, no regresé con las manos vacías, cogí arena en la playa, vi de nuevo a aquella loca que nos decía "desconfía de las toallas". Hay que estar confundida para caminar como si nada hacia el muro que sola levantaste en la terminal del aeropuerto, o al final de la calle, o en el principio de los sueños [ahí ya estaba todo], y al roce de su helada materia conocer el paraíso dejado atrás, y persistir. Y sin embargo así es.

Hay quien cree que en cada cuerpo duermen todos los cuerpos, lo que vinieron para dejarnos y los que vendrán, y que la noche es doble en cada cuerpo de los amantes, y que doble es esa pasión que concentra ahora en cada uno de sus cuerpos todas las vidas [muerte incluida]. Después se alejan. Pero la pasión es musa perezosa, prosa, desecho de inspiración, violencia contra uno mismo en beneficio de uno mismo. Al separarse, los cuerpos no saben que rompen el tallo del tiempo: uno se lleva a los que vinieron y otro a los que vendrán. Cierta especie de reloj los condena a buscarse para siempre.

(extraído de Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus, de Agustín Fernandez Mallo)

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