domingo, 14 de octubre de 2018

Ordesa, de Manuel Vilas

"Un día del verano del año 2003 los médicos quisieron hablar con mi madre y conmigo. No querían que mi padre estuviese presente.


El médico nos señaló dos sillas para que nos sentáramos. No dijo a bocajarro que mi padre tenía cáncer de colon de muy mal aspecto, y que nos fuéramos haciendo a la idea. Era un oncólogo a quien se le notaba bastante que tenía ensayados esos momentos, los momentos de la transmisión de la idea de la muerte que se acerca, los momentos de la devastación. Me impresionó esa actitud, porque de alguna forma ese hombre estaba disfrutando, no de manera inmoral, y no porque le diera placer la transmisión de la contundencia de la muerte o la divulgación de la catástrofe, sino porque creía que estaba haciendo bien su trabajo. Era como si llevara en su cabeza un laboratorio de palabras sobre la propagación de las noticias decisivas. Y hubiera hecho toda clase de pruebas, hubiera ensayado con toda suerte de palabras. Llevaba en su cabeza la articulación verbal de lo decisivo, pero no era un poeta, era un alienado más en este mundo de inagotables seres que se gastan en vano. 

Mi padre murió dos años y unos meses después de que el médico decretara esta estúpida sentencia. Aunque yo creo que mi padre murió por parecerle una idea interesante el vaticinio de aquel oncólogo y por no dejarlo en ridículo, por cortesía laboral con aquel tipo. 
La estupidez del oncólogo le pareció a mi padre una percha azarosa con la que salir de este mundo por invitación de alguien. 

No creo en los médicos, pero sí en las palabras. No creo que los médicos sepan demasiado de lo que somos, porque desconocen el mundo de las palabras. Sí creo en las drogas. La ciencia moderna ha delegado en los médicos la autoridad sobre la catalogación y prescripción de las drogas. La medicina vale si suministra drogas. Es decir, si suministra lo que mata. Las drogas son la naturaleza, estaban allí desde siempre. No nos dejan tomarlas a nuestro capricho. 
Hubo un silencio, y volví a mirar al oncólogo. Mientras mi madre le preguntaba alguna ocurrencia, de repente yo sentí más pena por la vida del oncólogo que por la de mi padre. 
Me pareció más deprimente la vida de ese hombre que la noticia de la enfermedad de mi padre."


(brillante fragmento de la novela Ordesa de Manuel Vilas, sin duda el libro de mi verano y la nueva mejor prosa, por divertida y doloroso, actual en castellano). 

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