sábado, 19 de marzo de 2016

Prólogo del autor (el hombre sentimental)

"El hombre sentimental es una historia de amor en la que el amor no se ve ni se vive, sino que se anuncia y recuerda. ¿Puede esto ocurrir? Algo como el amor, que es siempre urgente e inaplazable, que requiere la presencia y la consumación o consumición inmediata, ¿puede anunciarse sin que aún exista, o recordarse de veras cuando ya no existe? ¿O será que el propio anuncio y el mero recuerdo forman, ya y todavía respectivamente, parte de ese amor? Lo ignoro, pero lo que sí creo es que el amor está fundamentado en gran medida en su anticipación y en su memoria. Es el sentimiento que exigen mayores dosis de imaginación, no sólo cuando se lo intuye, cuando se le ve venir, y no sólo cuando quien lo ha experimentado y lo ha perdido tiene necesidad de explicárselo, sino también mientras el propio amor se desarrolla y tiene plena vigencia. Digamos que es un sentimiento que exige siempre algo ficticio además de lo que le procura la realidad. Dicho con otras palabras, el amor tiene siempre una proyección imaginaria, por tangible o real que lo creamos en un momento dado. Está siempre por cumplirse, es el reino de lo que puede ser. O bien de lo que pudo ser.

En este reino se mueven los personajes de El hombre sentimental, o al menos asistimos sobre todo a aquellos fragmentos de su historia en los que -por anticipación o recuerdo- más obligados están a convivir con el amor cuando aún no lo tienen o lo han perdido ya. La diferencia entre los dos principales personajes masculinos del libro estriba en que, así como uno de ellos no se conforma con con esa dimensión imaginaria, proyectiva o ficticia, sino que da los pasos necesarios para que su amor vislumbrado se vea desplazado por su amor vivido (para que su amor se cumpla), el otro, el verdadero hombre sentimental, es quien ha aceptado -con paciencia, pero con resignación- esa vía imaginaria, unilateral, y se ha instalado vitalmente en ella. Para el primer personaje, el término de su amor no será excesivamente grave -como de hecho no lo es para casi nadie en la sociedad actual- porque desde el momento en que ha optado por lo real, o si se prefiere por lo cumplido, ha elegido ya el punto de vista de la memoria, que hace soportables todas las cosas. El otro personaje, en cambio, al perder un amor incumplido (y concebido como tal), se ve obligado a abandonar el verdadero reino del amor, el de la posibilidad y la imaginación. Y es esa pérdida, sobre todo, la que lleva a la desesperación.

En medio hay un personaje femenino, Natalia Manur, que en la novela es mostrada sólo de manera difusa, como a través de un velo. Sólo se la ve con nitidez en una ocasión, al principio, dormida, como yo vi a la mujer del tren Milán-Venecia. Esto puede sorprender, ya que al mismo tiempo se trata de un personaje central. Pero quizá pertenezca a esa larga estirpe de mujeres de ficción que (como Penélope, como Desdémona, como Dulcinea y otras tantas de inferior alcurnia) están y quizá no son: seguramente las más peligrosas para quienes entran en contacto con ellas, y el narrador de El hombre sentimental no parece ignorarlo: "Pues bien sé", dice, "que no hay sentimiento más eficaz ni más duradero que el que se edifica sobre lo que es fingido, o aún es más, sobre lo que nunca ha existido." Cabe preguntarse si ese narrador quiso decir también: "sobre lo que no se ha cumplido"."


Javier Marías.
Marzo de 1987.

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