El verano estalla, contraluz desdentado
en mis gafas de sol. No sé qué se celebra.
La misma noche de tres meses
de lejanía y rabia. Tal vez cerveza. Sudor
y sueños de mosquitera.
El sonido intrauterino de las resacas
sumergidas en luz de cloro
y azules. Los ojos rojos no son por ti.
Quizá sin asfalto, THC y pelo mojado.
Olor a protector solar y no te pienso llamar nunca.
Otra vez el abismo imantado del tercer whisky. Farolas
de urbanización y los mismos cardos secos en la garganta
y en las cunetas. Soledad. Esta esquina me suena.
Quemadura solar de tercer grado en el pecho.
Otra vez trenes al norte. A la luna
le han picado las avispas. Yo por aquí ya he pasado.
Mi propio naufragio televisado en la playa de un cenicero.
Un golpe incansable de mosca
contra el cristal de mi cerebro. Eso es.
Y tanta tierra de por miedo.
Doliendo otra vez sin existir de veras,
son verano y tu recuerdo el mismo miembro
fantasma. Yo también sé vivir rápido.
De nuevo condenado a destruir lo que creo.
En lo que.
Y otra vez más, creía.
Silencio. Amnesia química. Pornografía.
Hay muchas formas de hacerse daño
que en cuatro años no se olvidan.