Desde dónde se me vienen a posar
en la boca, las palabras.
Desde dónde, hasta anidar
en las teclas febriles,
a veces bajo bolígrafos de propaganda,
las palabras. Lo que no dicen:
tu brillo volátil,
estela de un dolor irradiado.
Lo que de ti queda cuando ya no eres,
un destello diluido en alcohol y meses.
Quemando qué ropa para tapar qué olor,
partiendo cuántas costillas.
Desgarrando qué tendones en su trayecto,
qué recuerdos empalados por el disparo centrífugo,
cuántas arterias derramando vacío sobre mi fondo.
(Las palabras siempre del espesor de la sangre).
Con qué demora me llegan si creo que llegan.
Atravesando cuántos órganos falsamente
vitales a su paso, cuántos pasados que son el mismo
reparado y vuelto a romper, mil veces estrellado
entre dos bocas de gasóleo.
Pero porqué sobre todo, porqué no
me siento mejor. Porqué peor no sé
si tampoco. Porqué alondras de litio
en la faringe y silencio telefónico.
Habrá que puentear el miedo
y su siembra de fuego y hormigas.
Volverme hacia ti, volverte a ganar
sin perderme de vista o del todo.
La noche líquida o nadie, aunque cueste.
Tendré que driblar el odio,
ese artefacto, su sabor. Y limar la mirada
de esquirlas dentro de un puño cerrado.
Para al final ser ya otro,
y que nada sirva.