Este alarde eréctil va dirigido contra la nada, contra una mujer inexistente de sombra y sueño, vano fantasma bequeriano de niebla y luz. Es la prepotencia sin deseo, la pura mecánica del sexo que descubre en mí lo que tengo de émbolo, de máquina y de antropoide. Con una mujer delante, todo sería de dimensiones humanas, correcto, eficaz y razonable. Así, no es sino un último alarde innecesario de la selva que me habita, una naturaleza descalabrante, una barbaridad. A este mecanismo que responde solo, a este juego de palancas le hemos puesto literatura, matices, alejandrinos. ¿Qué es el amor cuando ningún amor podrá conseguir una demostración como la que consigue la presión del paquete intestinal y las féculas contra la espina dorsal?
El que trabaja con las manos, el que vive por sus manos es más fiel a la estructura y el destino de la mano. Yo, que he reducido mis manos al picoteo del teclado, al ademán de la conversación, al secreto de la caricia, tengo las manos atrofiadas. Manos de pianista, se dice. La garra de la selva ha conseguido tensar los arcos de la música, y las manos van pasando lentamente de la luz a la sombra, o de la sombra a la luz, de la selva al salón, de la cacería a la cultura, del crimen al poema. Hemos hecho toda la cultura con manos de asesino. Para coger la pluma, a la mano le sobran dedos y al hombre le sobran manos. Las manos juegan en el amor. Son importantes. Las manos tienen un código, hablan en el amor, y actúan. Las manos, en el amor, son aves, y los pies son piedras. Es muy fácil que la mano se torne garra sobre el cuerpo de una mujer. Ir a la mujer con manos de pianista mejor que con manos de ladrón. Que la mujer no se sienta saqueada, sino templada, pulsada, afinada.
Mirando de nuevo una carne profunda, la llaga secreta, la respiración submarina de los sexos, triste avidez en que mi boca genital se deshumaniza, se vaginiza en el diálogo pútrido con esa ciega herida tornada a su vez en boca, horriblemente, y diciéndome palabras de légamo, silencios de pelo, sonrisas de sangre. Sabor de matadero y secretos eréctiles que me vuelven a dar, por un momento, el párrafo oscuro, acre y herido que es un cuerpo de mujer.
("Mortal y rosa". Francisco Umbral)
NOVELA: Javier Mateo Hidalgo.
-
1.
Todo comienza
donde la memoria
nos permite.
Dibuja la tiza
sobre un negro universo
y su polvo se desvanece.
¿Los recuerdos son nuestros
o está...
Hace 18 horas
4 comentarios:
Y su afanoso sueño
de sombras, otra vez, será el retorno
a esta corporeidad mortal y rosa
donde el amor inventa su infinito.
Una de las mejores novelas que se pueden leer. Un abrazo hermano
mira que desde que me lo dijiste la tengo en mente y pendiente. cuando salde el deficit te llamaré para decirte: guille,petas y litronas en atocha y alrededores, por los viejos tiempos que no lo son tanto.
te lanzo una pregunta al aire pa que me respondas en la proxima cita: ¿el exceso de densidad puede confundirse con vacío bien decorado o al revés, la decoración del plato puede servir para disimular la poquita carne que lleva? qué extremos tan opuestos, y que fina línea los separa, hermano...
entradón.
y pensar que paco umbral se ofrecía en los programas de televisión a absorber una palangana de agua tibia por el culo...
qué grande!
El de la palangana era Cela, idiota.
Publicar un comentario