El viejo Empédocles era otro misterio que se me desvelaba, otra devaluación de la realidad, y escribía yo, en la habitación azul, en un diario íntimo que había empezado: "La gente tiende a enfatizar sus problemas, sus cosas, a creerse siempre protagonista de algo. Viven intensamente en un mundo que es aburrido. Tienen la convicción de su importancia, de su trance, de lo enzarzado de sus vidas. Yo, por el contrario, creo que la vida es mediocre como tal vida, pero como novela no resiste una primera lectura. Empiezo a sentirme protagonista de una novela mala y provinciana, con frailes tontos, pescaderas enamoradizas y artistas de pega. Habría que ser grande constantemente y uno sólo consigue ser constantemente tonto. Me parece que es lo que alguien ha llamado tragedias de la vida vulgar. No es un principio ético el que me impide hacer un matrimonio de conveniencia con María Antonieta. Es un principio estético. Me encantaría ser protegido y mantenido por una marquesa. No puedo soportar serlo por una pesacadera. Y para toda la vida. Del mismo modo, no es un afán de justicia, de trabajo, de libertad, lo que me distancia cada día de mi ciudad, de mi mundo, si no un puro afán estético. No tanto como romper con la pobreza, lo que quisiera es romper con la fealdad y...". Y mi primo tocaba el laúd y yo me iba a la calle, como casi todas las noches, ya, sintiendo que los fondos y trasfondos de la ciudad, en los que yo había cifrado un mundo a descubrir y a vivir, iban cayendo ante mí y no eran nada. El Círculo Literario, la Casa de Quevedo, la congregación, Empédocles y todo lo demás. Pequeños munos codiciados toda una vida y agotados en un día.
Empezaba a temer que esta sensación de mediocridad, de ridículo, de estar viviendo con énfasis pequeñas cosas comunes, me iba a acompañar ya siempre, en todas partes, pero esto estaba aún sin formular claramente en mí, porque había por delante ciudades, gentes, aventuras, toda una cultura y toda una vida, pero en aquel momento me sentía como preso en las páginas de una novela densa y mala. Iba por calles llovidas hacia el café cantante y todavía el hecho de salir de noche era una aventura y las viejas casas eran masas oscuras que se dulcificaban con la luz de los hogares, de las ventanas, a veces sólo una rendija, y las últimas noticias de la radio, que llegaban de los interiores cálidos, o el llanto de un niño.
(fragmento extraído de la novela "Las Ninfas" de Francisco Umbral, premio Eugenio Nadal del año 1975)
1 comentario:
Odio la palabra 'mediocre'.
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