martes, 8 de julio de 2008

La conferencia de Yalta, 1945

Será ese contraste tan tuyo.

Esa sonrisa.
Tan sincera. Cargada de arrogancia. De descaro. Esa sonrisa llena de dientes que enseñar. Relucientes y peligrosos. Esa sonrisa llena de hambre. De mordiscos a la vida.
De felicidad ingenua. De emoción efímera. De fantasía frágil. De niña pequeña que se las sabe todas. La sonrisa que ilumina el camino cuando el cielo se cubre. Que nos calienta las manos cuando aprieta el frío.
Esa sonrisa que deslumbra al palco y derrite a la platea. Que se mete al jurado en el bolsillo. Esa sonrisa que vende. Que lucha. Y siempre gana. Por la que nos perdemos aunque no te dejes ganar. Y tu, sonríes. Radiante. Sincera. Cargada de arrogancia. De descaro.

Y luego esos ojos.
Tan tristes. Tan hermosos y tan tristes. Allá donde se posan dejan todo salpicado de nostalgia y decepción. Encharcado de derrotas acumuladas bajo los párpados. Esos ojos que desconfían. Los ojos más oscuros que nadie ha visto.Si tuvieran fuerzas llorarían. Se rindieron hace tiempo y mira, aún no ha dejado de llover. Esos ojitos febriles. Que dejaron de mirar a la gente a la cara. Fatales. Desconsolados. Que ya no temen. Sólo esperan que algo les termine de destruir.
Tristes. Hermosos y tan tristes.

Será tu apariencia contradictoria.
Esa dualidad tan violenta conciliada en un rostro imposible. Tierno. Ajeno. Incierto.
Como todas las cosas tan bellas que dan miedo. Que hacen daño. Misterioso. Seductor. Tenso. Como a punto de estallar. O desvanecerse.

Será que tu presencia es siempre una guerra fría.
Y a mí tanto pacifismo me está matando.