No recuerdo una tristeza
tan devastadora
en toda la infancia:
contemplar incrédulo,
entre mis manos,
desinflándose,
mi balón nuevo de reglamento
recién pinchado,
en un mundo injusto y punzante
que siempre sería demasiado grande.
Y rompía por fuera en mil llantos
que eran los mil pedazos en que me rompía por dentro.
Me lo había regalado mi padre por mi cumpleaños.
No sé ni cuántos cumpleaños después,
con muchos más motivos,
ninguno consigue destrozarme de aquella forma.
Ahora, como mucho,
alguna vez,
lloro a escondidas.
Arroyos de alcohol salado
que van rajándome las mejillas. Los recuerdos.
Entre dos coches aparcados en la puerta de algún local
de alguna ciudad, alguna noche de sábado.
Y soy yo,
desconsolado,
patético,
el que estampa el vaso de cristal contra una pared
antes de que me lo pinche otro niño del parque.
Rompiéndolo en mil llantos
porque ya no hay nada que me rompa en mil pedazos por dentro.
Joder.
Con lo que me costó ese cubata
me podría haber comprado dos balones de reglamento.
NOVELA: Javier Mateo Hidalgo.
-
1.
Todo comienza
donde la memoria
nos permite.
Dibuja la tiza
sobre un negro universo
y su polvo se desvanece.
¿Los recuerdos son nuestros
o está...
Hace 11 horas
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