miércoles, 13 de mayo de 2009

Einmal ist Keinmal


“Pero, ¿era amor? La tentación de que quería morir junto a ella era evidentemente desproporcionada: ¡era la segunda vez que la veía en la vida! ¿No se trataba más bien de la histeria de un hombre que en lo más profundo de su alma ha tomado conciencia de su incapacidad de amar y que por eso empieza a fingir ante sí mismo? ¡Y su subconsciente era tan cobarde que había elegido para esa comedia precisamente a una pobre camarera de una ciudad perdida, que no tenía prácticamente la menor posibilidad e entrar a formar parte de su vida!”

(...)

“Se enfadó consigo mismo, pero luego se le ocurrió que en realidad era bastante natural que no supiera qué quería: El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive sólo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni de enmendarla en sus vidas posteriores. ¿Es mejor estar con Teresa o quedarse solo? No existe posibilidad alguna de comprobar cuál de las decisiones es la mejor, porque no existe comparación alguna. El hombre lo vive todo a la primera y sin preparación. Como si un actor representase su obra sin ningún tipo de ensayo. Pero ¿qué valor puede tener la vida si el primer ensayo para vivir es ya la vida misma? Por eso la vida parece un boceto. Pero ni siquiera boceto es la palabra precisa, porque un boceto es siempre un borrador de algo, la preparación para un cuadro, mientras que el boceto que es nuestra vida es un boceto para nada, un borrador sin cuadro.

“Einmal ist Keinmal”, repite Tomás para sí el proverbio alemán. Lo que sólo ocurre una vez es como si no ocurriera nunca. Si el hombre sólo puede vivir una vida es como si no viviera en absoluto.”

(...)

“El sueño es una prueba de que la fantasía, la ensoñación referida a lo que no ha sucedido, es una de las más profundas necesidades del hombre. Esta es la raíz de la traicionera peligrosidad del sueño. Si el sueño no fuera hermoso, sería posible olvidarlo rápidamente. Pero ella regresaba constantemente a sus sueños, volvía a proyectárselos, los transformaba en leyendas. Tomás vivía bajo el hipnótico encanto de la atormentadora belleza de los sueños de Teresa.

"Teresa, Teresita, ¿adonde te me escapas? Si sueñas todos los días con la muerte, como si de verdad quisieras irte..." le dijo mientras estaban sentados uno frente al otro en un bar.

Era de día, la razón y la voluntad estaban de nuevo en el poder. Una gota de vino se deslizaba lentamente por el cristal de la copa y Teresa decía: "No es culpa mía, Tomás. Lo entiendo. Sé que me quieres. Sé que lo de las infidelidades no es ninguna tragedia..."

Lo miraba con amor, pero tenía miedo de la noche siguiente, tenía miedo de sus sueños. Su vida estaba desdoblada. El día y la noche luchaban por ella.





("La insoportable levedad del ser"

1984.

Milan Kundera.)




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