Al principio es difícil, estás sobrio
y todo lo que ves tiene su nombre:
el hueco del sofá, el lado izquierdo
de la cama, los pelos del lavabo,
la caja de condones sin abrir,
las botellas, las pizzas congeladas,
las manchas en la ropa...
no sé,
cualquier residuo
puede engendrar la peor catástrofe,
la autodestrucción
el hundimiento.
Lo que tienes que hacer
es beber tanto vino como puedas,
limpiar el váter, practicar yoga,
ver todos los programas de la tele
tirado en el sofá,
masturbarte con los anuncios de compresas,
leer algo de Spanbauer, aprender
a deletrear j-o-d-i-d-a-p-u-t-a-r-a-m-e-r-a-z-o-r-r-a-h-i-j-a-d-e-p-u-t-a.
Si no funciona, puedes intentar algo más drástico:
cambia tu número de móvil, cambia
de personalidad,
borra tus marcas, niega tu pasado,
coge el primer avión. Te será fácil.
Nunca has estado aquí,
sólo eres un producto de la industria,
una víctima más de los antioxidantes.
Qué quieres que te diga,
puedes pintarrajear en tu cuaderno,
puedes improvisar endecasílabos.
Nada de eso te hará mejor persona
aunque
si no lo piensas demasiado,
con un poco de suerte
tal vez, pueda evitar
que te suicides.
(poema extraído de
Alguien que sea yo de Manuel del Barrio Donaire)
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