jueves, 23 de julio de 2009

Lunático lunárico (supernova iluminada)


Mis lunares cambian de sitio en mi piel.

Sí, se desplazan.


Lo sé porque llevo unos meses encerrando a todos mis nevus en una cuerda de rotulador carioca verde manzana que acaba quedando vacía. Con el correspondiente fugitivo marrón sonriendo al otro lado de la frontera.


Antes de tener todo el cuerpo como el brazo de un niño alérgico,

antes de parecer un adolescente-reptil que alterna escamas de maquillaje preescolar y manchas de melanina inquietas, yo, también desde fuera, parecía una persona normal.


Todo empezó porque notaba ligeros roces por todo el cuerpo al intentar dormirme. Imaginé algún artrópodo intrépido, pensé en el sudor secándose sobre la piel, hasta cuadraba con un síndrome de abstinencia.


Al final descubrí que todas esas salpicaduras desagradables que decoraban mi pellejo aprovechaban mis descuidos nocturnos para huir.

De mí. O intentarlo.


Llegado el momento, en su contorno circular comienzan a dibujarse unas prolongaciones radiales que van agarrando la piel circundante. Protuberancias filiformes de apariencia articulada y marronácea que saltan de la superficie al volumen, convertidas en patitas peludas que elevan al lunar unos pocos milímetros y le otorgan la insólita capacidad del movimiento.

Lo he soñado miles de veces.

Mi piel es un refugio invernal de arácnidos latentes.


Pero por alguna razón que aún desconozco no pueden abandonar mi superficie.


También he estudiado sus trayectorias.

Voy uniendo las pretéritas con las actuales ubicaciones. Estableciendo un sistema de coordenadas sobre mi cuerpo y observando durante meses la geometría de sus migraciones, interrelacionándolas entre sí, he llegado a predecir las posiciones exactas de cada uno de ellos con una anticipación de semanas.


Y he llegado a conclusiones inquietantes.


Trazan sobre mi piel las trayectorias planetarias de algún sistema solar por descubrir. Como sombras disciplinadas que orbitan alrededor de un dios al que están atadas. Al no poder escapar, han aprendido a venerarme.

Mis pequeños súbditos melanocíticos.

Soy su sol, el que les hace crecer desde fuera y el que les atrae hacia el interior de mi organismo. Soy yo el astro fulminante que ha causado este melanoma sobre mí mismo para demostrarme mi existencia, para perpetuar mi hegemonía.


Soy yo.

Este delirio terminal causado por una metástasis cerebral.

Y esta muerte al sol que es una supernova iluminada.






Imagen: S/T, 2001.
Betún asfáltico y fibras s/escayola, 101 x 121 cm.
Obra de Ginés F. Castillo

1 comentario:

Anónimo dijo...

Maldita cabeza privilegiada....como te odio.
Anita