lunes, 1 de noviembre de 2010

De nuevo otras nuevas otras dosis redentoras (n+n')


Algunas veces me quedo dentro de unos servicios públicos, aseos los llaman en algunos sitios, aseos pone encima de la flecha indicadora. Hay que quedarse así, quieto, en un inodoro conocido o desconocido, en el baño de casa o en los servicios de una cafetería, en el ataúd vertical y acondicionado del retrete, hasta que la palabra water se disuelva en el aire, sintiendo cómo la vida se detiene. Paredes de azulejo muy menudo, tres azulejos caídos en algún sitio, tres cuadraditos de cal y yeso y pared y tiempo, por donde asoma la crudeza de la construcción, tres huecos de una simetría casual y natural, Klee y Mondrian sentados en la taza, el uno o el otro encarnados en mí, mirando el juego de cuadraditos caídos, la geometría deficiente, gris y vivida de la pared, en un clima de nalga, orín, silencio y rumor, y las cañerías, las tuberías que tragan agua de vez en cuando, como un reptil dormido que respira o hace la digestión, ese buche de agua negra que pasa por la garganta de la tubería cada cierto tiempo, y afuera el rumor de la ciudad, se llena uno de beatitud y de pronto comprende que no está oyendo nada, que la ciudad se apaga, que ya no existe, pero a lo mejor perdura el rumor del bar, el escándalo de la barra, gritos y gambas, o la conversación de dos parroquianos, ahí fuera, mientras dan suelta a su ácido úrico, vamos a ver si nos dan de comer, y que llevo un hambre que no veas, y yo aquí, sentado en la taza, o de pie, mirando la bombilla negra, el rollo de papel higiénico, tan soso, tan servicial, tan maltratado, un grifo cerca del suelo, que no cierra ni abre nada, el polvo y la puerta.

En la puerta hay inscripciones, roturas, nombres, marcas de bolígrafo, manchas marrones, quemaduras pequeñas, crueldades, el rastro de toda la tribu defecadora que ha pasado por aquí. Una sexualidad elemental, la torpeza de unos órganos genitales que parecen pintados, efectivamente, con los órganos genitales, alguna alusión política, confusa, confusa, directa, un nombre de mujer, Petri, una pe demasiado grande, el tipo empezó con entusiasmo, con grandiosidad que luego desfallece en las otras letras, terminadas de cualquier manera. Qué poco dura el amor.

O hubo algo más urgente. Petri. Alguien ha querido perfeccionar la tarea grabando otro nombre a navaja, trabajando la madera de la puerta, pero también se ha cansado y se ha ido, y al final se ha limitado a dibujar ligeramente las letras con la punta del arma, sin ahondar, uno quisiera llevarse estas puertas de retrete, estos relieves, qué exquisitez, el gusto decadente por lo popular, por lo espontáneo, por lo enigmático, ese arte que ahora se ha puesto de moda, todos juegan a imitar la casualidad de la vida, ya es bastante haber visto, haber sabido ver el arte que hace la vida, la emoción que tiene el tiempo fragmentario de la gente, llevarse la puerta, salir cargado con ella, transportar el tablón por las calles, como un carpintero o un antropólogo, si le pones una firma puede valer mucho dinero en una sala de exposiciones, pero todo eso ha quedado fuera, la cultura, la vida, mi vida, aquí sólo es una puerta de verdad, un aglomerado de realidad, madera artificial sintética contrachapeada que me separa del mundo, me aísla, me entierra, que constituye mi soledad, instaura una individualidad que no tengo divide el tiempo, mientras el mundo desaparece afuera y sólo me envía olores de guiso, de distancia, de mediodía, de gente. Puedo desencadenar la caída de las aguas, la catarata ruidosa, una catástrofe de cisterna que todo se lo lleva y echa de nuevo sobre mí la actualidad.


("Mortal y rosa" Francisco Umbral)

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