viernes, 12 de noviembre de 2010

11 años de Albal

Supe de ella que supo de mí.
Más que nadie hasta entonces.

Con la mirada vacía,

terminada como una litrona.

Olía a lluvia y a escombro. Eran sus pechos

dos flanes de sangre tibia. Le gustaba de sí

un lunar entre las cejas, como si su plan

fuera un planeta. Me contó ese secreto una vez.

Hacía malabares con corazones de cuarto menguante

envueltos en papel Albal. Estallaban en el aire.

Salpicando de palidez su rostro como la luz

del interior de un frigorífico viejo. Aquel día

vi sus mejillas rotas color vino, por las lágrimas

color se fue. Saltaron once años.

Jamás volví a saber.


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