Supe de ella que supo de mí.
Más que nadie hasta entonces.
Con la mirada vacía,
terminada como una litrona.
Olía a lluvia y a escombro. Eran sus pechos
dos flanes de sangre tibia. Le gustaba de sí
un lunar entre las cejas, como si su plan
fuera un planeta. Me contó ese secreto una vez.
Hacía malabares con corazones de cuarto menguante
envueltos en papel Albal. Estallaban en el aire.
Salpicando de palidez su rostro como la luz
del interior de un frigorífico viejo. Aquel día
vi sus mejillas rotas color vino, por las lágrimas
color se fue. Saltaron once años.
Jamás volví a saber.
No hay comentarios:
Publicar un comentario