¿Y la vida? Un acecho sexual, continuo, torvo, con muebles y oficinas de por medio, nada más. Hombres y mujeres se observan de reojo, se espían, precipitan y retrasan el momento de la captura. El sexo es un crimen sin víctima o con víctima. Algo de esto decía Baudelaire. Hay una crueldad, un vampirismo implícito, algo torvo y cínico en la lucha de los sexos.
De tienda a taxi, de teatro a alcoba, desde el fondo de las sombras, por detrás de los cristales, las vitrinas, las ropas y los parques, hombres y mujeres se buscan y desencuentran en el juego cruel, monótono y eterno del crimen sexual. Entre tanto, se tienden puentes sobre el mar o se levantan escaleras hasta la cúpula del aire. Pero lo único cierto es la cloaca sexual que cada noche inunda el mundo. Una realidad zoológica y apestosa. Avergonzados de la elementalidad de todo esto, que no es sino una dinámica de rebaño, hemos hecho lirismo, filosofía, complicación y metafísica. Lo he repetido más de una vez: toda la cultura no es sino el esfuerzo desesperado del hombre por dignificarse a sí mismo, por estofarse de trascendencia. La religión quiere darnos un alma y la cultura quiere darnos un traje.
Pero somos opacos y desnudos. Otoño. Astenia. La cabeza se me decapita sola. Los brazos se me lastran de sombras. Los muslos se me espesan de sueño. Soy una ropa vacía que pisa con miedo la falsa vegetación del mundo, la trampa de ramas y hojas de la muerte.
En las escaleras mecánicas de las tiendas dialogo con mi hijo muerto. Ante los quioscos de periódicos soy una página rasgada que se lleva el viento. La vida se ha quedado hueca de tiempo, el tiempo se ha quedado hueco de días. El tiempo lo creamos nosotros viviendo, esperando, avanzando. Si uno dimite de la vida, el tiempo ya no existe. El tiempo es nuestra impaciencia. Sin impaciencia, las esferas se paran y el mundo descubre su inanidad de chisme inútil, de trasto viejo, de cosa caída.
Cuando nada espero ni busco ni pretendo, sólo queda el movimiento mediocre y elemental de la vida, su mecanismo torpe y repetido. Pero el tiempo, categoría y aura de todas las cosas, ha sido abolido. El tiempo, sí, lo crea nuestra impaciencia, como a Dios lo crea nuestra soledad. En cuanto retiramos nuestra adhesión a las grandes abstracciones, se disuelven en el aire. Sin anhelos por mi parte, ya no hay tiempo: sólo hay clima. Y quizá ni siquiera clima. Porque el tiempo metafísico y el tiempo climatológico van más confundidos de lo que parece. Puede ser que sólo exista el tiempo climatológico, el tiempo de los hombres del tiempo, el de los anticiclones y las borrascas. De ese tiempo hemos hecho una categoría convirtiéndolo en Tiempo con mayúscula. Pero el Tiempo sin hombre se queda en meteorología.
Tiempo, otoño, astenia. “Tiene usted una astenia” me dice el médico. Yo creo que es el mundo el que tiene una astenia.
("Mortal y rosa" Francisco Umbral)
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