domingo, 2 de octubre de 2011

De erosivas permanencias y Cortázar


Lucas, sus papelitos sueltos

El atado de cigarrillos sobre el escritorio, la vasta nube potencial del humo concentrada en sí misma, obligada a esperar en ese paralelepípedo cuyas aristas y ángulos constriñen una voluntad esférica, un interminable helecho de volutas.
O lo contrario, la niebla matinal desflecándose contra los techos de la ciudad, buscando torpemente concretarse en un ideal de rigor inmóvil, en el paquete que dura, que permanece sobre el escritorio.
*
Entonces miró largamente su mano, y cuando verdaderamente la vio, la aplastó contra sus ojos, allí donde la proximidad era la única posibilidad de un negro olvido.


(A esto me he referido tantas veces, pero con qué palabras secas queréis que intente explicarlo. Siempre vuelve, por inoportuno que te brote, a frotarte contra la mirada su prosa de filo y delicia, en esa devastadora capacidad suya de escribir lo imposible, lo que cuesta imaginarse acaso como soñable. Y duele simpre y es un lujo redentor que haya cosas que eternamente reaparezcan a destruirte para hacerte sentir jodida y rabiosamente vivo.
"Papeles Inesperados". Julio Cortázar. La imagen, el cielo de Oxford en junio, persiguiéndo de reojo nuestro azar inevitable. Días felices.)

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