jueves, 3 de noviembre de 2011

Tokio ya no nos hiere II


El autobús de Nogales se retrasa por culpa de un nuevo accidente aéreo. Un avión de pasajeros se ha derrumbado esta mañana en medio de la autopista 19. Todo el tráfico norte sur detenido. La habitual desolación en los telediarios y yo me quedo mirando la carretera como se miran las cosas que hace un minuto tenían sentido pero que ya no lo tienen. Como una botella vacía o un billete roto. Helicópteros sobrevolando toda la mañana, sustituyendo el servicio de autobuses. He dejado pasar dos, porque no tengo prisa y porque no quiero volar por encima de una hilera de muertos extendidos por toda la autopista. Así que me siento en la casa internacional del panqueque y me bebo una cerveza y espero rodeado de sirope y mermelada, intranquilo como alguien que después de oír el golpe contra su coche no es capaz de encontrar el animal muerto. Éste es un trabajo extraño. Fotos de inmensos panqueques bañados en nata y cientos de hombres y mujeres terriblemente obesos delante de cientos de panqueques. Las sillas y las mesas pintadas de rosa, las paredes y el techo pintados de azul celeste, flores de plástico en los maceteros, una anciana camino de Sun City esconde un perro en el bolso, hay un retrasado mental amenazando a una camarera con una cuchara de plástico, hay al menos dos ancianos con un solo brazo y la fuente de la entrada se ha quedado sin agua. 
Dios no sabe que esto existe.
(...)
En Kaibab, cerca del gran cañón del Colorado, hay un valle donde la bruma se arrastra a ras de suelo y es una bruma helada y rápida, y es tan raro que uno no tiene más remedio que parar el coche y andar de un lado para otro, y aunque es el gran agujero el que atrae a los turistas, es este extraño valle el que te asusta no poder olvidar.
(...)
Después de hacer la entrega, durante todo el camino de vuelta a Phoenix, la bruma blanca del valle de Kaibab es lo único que me preocupa y cuando llego a la reserva de los indios hualapai para el siguiente negocio, aun me preocupa lo mismo. Por alguna razón no parece imposible que esa bruma pueda quedarse conmigo para siempre. El más viejo de los indios me cuenta una historia absurda acerca del incendio de un bosque hace más de treinta años. Lo perdí todo en ese incendio, dice el viejo, y por lo que a mí respecta es como si el fuego aún siguiera encendido. Por eso le necesito a usted, porque un incendio apagado puede seguir quemándole a uno toda la vida.
Después de acabar con los indios, mi coche me lleva hasta el aeropuerto en el valle dorado y, mientras espero a que el avión despegue, me imagino por un momento siendo el dueño de una vida distinta. Imagino una casa cerca de una ciudad pero aun así lo bastante lejos y nadie en el jardín y nada que merezca la pena olvidar ni nada que merezca ser recordado.

Y amanece en Tijuana y yo estoy solo y la moqueta de la habitación es azul y las cortinas amarillas y hay que volver a pasar el control y esta vez, como es lógico, da positivo aunque no sé bien porqué y eso desde luego también es normal, porque sólo después de olvidar eres completamente inocente y por eso mismo, definitivamente culpable.


(fragmento extraído de Tokio ya no nos quiere, de Ray Loriga. Cuyo enfoque de los conceptos de memoria y olvido está cambiándo mi manera de entenderlos. Y puede que sea irreversible. Como las buenas lecturas y las malas experiencias.)

1 comentario:

Lola dijo...

Hola precioso:
Hace tiempo que no te leo. Lo siento, el tiempo que no estira como el chicle. Yo también he leído este libro y el de Trífero que me gustó aunque no sé por qué tenía cierta prevención. Últimamente me ha gustado " Manual del contorsionista" si lo lees me cuentas. Un beso enorme.