lunes, 7 de noviembre de 2011

Tokio ya no nos hiere IV


Las fotografías cerca del río Saigón aparecen ahora como polaroids extraordinariamente lentas que por fin se dibujan sobre el papel blanco, años después de haber sido tomadas. Como si entre el paso y la huella se hubiera extendido una demora absurda.
El médico, que es un hombre de mi edad, alegre y ruidoso, un hombre al que le gusta quitarle importancia a las cosas, me dice que no tenga prisa ni miedo, que la memoria esconde las cosas pero que las cosas, a menudo siguen ahí, por alguna parte, y luego me habla de su mujer y me dice que su mujer esconde un diario desde hace años, un diario en el que lo escribe todo desde que era una niña, y que esconde cada uno de esos libritos para que él no pueda verlos, pero que esos libritos están por alguna parte y que, tarde o temprano, dará con ellos. El médico dice que todo lo que está escondido está esperando, precisamente, ser encontrado. Al otro lado de la ventana se ve a una mujer dentro de una cabina de videoteléfono. Después de hablar un bun rato, la mujer cuelga el auricular y se queda dentro de la cabina hasta que todo lo que ha dicho y todo lo que ha oído encuentra su sitio y luego sale de allí y cruza la carretera sin mirar apenas los coches, como si lo que había al otro lado del teléfono fuera infinitamente más peligroso.
-Y cómo es que al ver su cara, doctor, no la recuerdo y sin embargo al tenerle a usted delante estoy seguro de poder recordarle todo el día, hasta que...
-Hasta que mire usted las flores.
Las flores, amarillas, tulipanes si no me equivoco, están en un jarro de cristal junto a la cama y al mirar las flores puede ser que el doctor desaparezca pero al darme la vuelta sigue ahí.
-Inferencia retroactiva y proactiva.
-No suena mal.
-Un recuerdo desaloja a otro. Como cuando buscamos una melodía y otra más antigua o más reciente se impone a la mente.
Una vez vi a una pareja. desnudos los dos, hablando frente a la ventana de un edificio frente a mi propio edificio. Detrás de ellos había una enorme pecera con una luz azul dentro. La moqueta roja. La televisión encendida. Un hombre y una mujer hablando desnudos frente a la ventana. Me pregunto qué otro recuerdo habrá sido desplazado por éste. Por supuesto no le cuento nada de ésto al médico. Así que el médico se aburre y se impacienta.
-¿Volverá mañana?
-Claro.
-¿Le recordaré entonces?
-No lo creo.
-Antes de que le olvide, ¿puede decirme porqué unas imágenes vuelven sin buscarlas y otras parecen haber desaparecido para siempre?
-Sinceramente, no. Puede que por medio de un proceso de inhibición, de origen afectivo, esté reprimiendo usted un recuerdo vinculado a una emoción negativa, pero también puede ser que un proceso de filtrado esté dando prioridad a determinada información desplazando al resto de sus recuerdos a una situación de espera. En uno y otro caso casi todo lo que no consigue ver no está perdido para siempre.
-Dígame otra cosa, doctor, ¿soy un buen enfermo?
-No; no lo es, creo que esconde cosas que aún no ha perdido.
Y dicho ésto, mi amigo el buen doctor coge y se larga, no sin antes despedirse con esa maldad que distingue a los médicos del resto de los seres humanos.
-Ahora, si quiere, ya puede usted mirar las flores.
Las flores son amarillas, tulipanes seguramente.

(fragmento extraído de Tokio ya no nos quiere, de Ray Loriga)

No hay comentarios: