viernes, 11 de noviembre de 2011

Tokio ya no nos hiere V


Mis bolsillos están rotos.
No hay nada de lo que ahora me dan que vaya a seguir ahí mañana.
(...)
La buena mujer me dice también que son siempre los desgraciados los primeros que se van con la corriente, venga de donde venga el agua. Nadie recuerda nada, dice la mujer. Antes de preguntarme a mí por mi propios recuerdos.
-¿Yo?
-Sí, usted, ¿qué es lo que ha olvidado?
Y aunque la pregunta no puede ser más sencilla, la verdad es que no sé muy bien qué decirle a esta buena mujer, porque durante estos días sin recuerdo, el tiempo que llevo en el hospital, mi mente ha dado muestras de un caos mayor y diferente del resto de los hombres sin pasado, al haber aparecido viejas imágenes quemadas mientras otras desaparecían. Algo que tiene a mis médicos muy distraídos y que han dado en llamar anarquía mnemónica.
¿Qué es lo que he olvidado?
La misma pregunta es absurda, y sin embargo es la pregunta que vuela por los pasillos de este sitio al caer la noche. La pregunta que vuela dentro de las habitaciones cerradas y en el jardín, por encima de las cabezas de todos los que paseamos mirando al cielo cada vez que la lluvia nos da un respiro. También es la pregunta que flota en la piscina y la que nos llevaremos cuando salgamos de aquí. Camino de la ciudad al final de la carretera o de cualquier otra ciudad igualmente extraña.
¿Qué es lo que he olvidado?
Y cómo coño quiere usted que yo lo sepa, amiga mía.
Lo único que puedo decirle es que parte de lo que debería haber olvidado sigue aquí y que mientras uno se vuelve loco apagando nuevos incendios son los viejos incendios los que reviven con la fuerza de las imágenes de las viejas películas.
¿Qué he olvidado?
Todas las oraciones, el hombre de mis padres, la sombra de los árboles juntos a la valla de mi colegio, el mundial de fútbol del 78, si he ido alguna vez en barco, las heridas de bala, si las ha habido, los hijos, si los hay, sus caras, las caras de un millón de mujeres, por alguna extraña razón no demasiadas películas, pero desde luego algunas, números, puede que algún idioma, mañanas, tardes, noches, el sabor de muchas cosas y también el color de muchas cosas, cientos de canciones, cientos de libros, favores, deudas, promesas, direcciones, amenazas, calles, playas, puertos, ciudades enteras, he olvidado Berlín y he olvidado Roma, por supuesto no he olvidado Tokio, he olvidado el día de ayer, completamente, como olvidaré el de hoy y después el de mañana.
¿Qué más he olvidado?
La he olvidado a usted, señora mía, y he olvidado el jardín y la piscina y he olvidado todas las heridas en mis propias manos pero sintiéndolo mucho y no sabe usted cuánto no he conseguido olvidarla a ella.

(fragmento extraído de Tokio ya no nos quiere, de Ray Loriga)

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