viernes, 25 de noviembre de 2011

Tokio ya no nos hiere VI


Ella tiene prisa. Tiene que estar muy pronto en alguna otra parte.
Ella dice. No tengo todo el tiempo del mundo.
Ella dice. No todo depende de ti. Hay al menos un millón de cosas que tú no puedes cambiar y son todas importantes.
Ella cree que entiendo lo que dice, pero lo cierto es que no sé muy bien de qué me habla. Yo enciendo un cigarrillo y ella se enfada porque piensa que besar a un hombre que fuma es como limpiar un cenicero con la lengua.
Ella aún no se ha quitado el abrigo pero yo conozco el vestido y ya me imagino sus hombros.
Hace calor. Las ventanas están cerradas. Si todo el edificio estuviera en llamas, alrededor de esta misma habitación , no haría más calor del que hace ahora.
Ella dice que las cosas que no dependen de mí no voy a poder cambiarlas nunca y que las otras, las que al parecer están a mi alcance, probablemente tampoco. Luego se queda tanto rato callada que me asusto, como se asusta un niño despierto en mitad de la noche incapaz de reconocer los sonidos de su propia casa. Ella dice que no soy capaz de construir nada, y que el futuro depende de lo que construyamos ahora, de todo lo que aun no hemos construido. Luego se quita el abrigo y lo tira sobre la cama. Yo enciendo el televisor y me cojo otra cerveza. La puerta del baño está entreabierta. El baño es dorado. Ella está casi desnuda. Ella casi no me mira. Ella esconde un animal muerto en cada mano. Ella es una mujer acorralada entre el recuerdo y las premoniciones. Como un gigante despedazado por dos caballos salvajes. Atado de pies y manos a dos caballos que corren en direcciones opuestas.
Ella dice: este sitio es horrible.
Pero yo no puedo estar de acuerdo.

(fragmento extraído de Tokio ya no nos quiere, de Ray Loriga)

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