lunes, 6 de septiembre de 2010

Nueva dosis redentora de Umbral, o "y no me vuelvas a llamar estoico"


Éramos líricos y blancos, dos almas esbeltas en una primavera de papel -recuerda-, y ahora la vida nos ha reunido, abrasados ya de días, sazonados de muerte. Éramos aquellos que acrecentaban la luz y, un día, uno de esos días que transcurren en la sombra, la vida nos reunió. Qué encontronazo de almas, qué manera de consumar, tardíamente, aquello sólo iniciado. El tiempo te había madurado para mí. Mil mujeres que eras o habíais sido se interponían entre tú y yo, pero las íbamos asesinando con disparos de alcohol y cuchillos de voz, hasta que volvíamos al tiempo recobrado. No sé. El sol que forjó tus pecas como un florecimiento sin motivo, había apagado tus ojos y recontado tu pelo, pero conseguí, conseguimos que fueses la misma. Piedra un poco más dolorida, dabas la misma agua de tu voz fresca, la misma claridad de tu sonido líquido.

(...)

Rebanada intensa, tu cuerpo, loca pecosidad, zarza de pecas, fiesta dorada, blanca y roja, que ahora recuerdo, tan lejana, tan cercana, como abrevadero loco de mi vida. Haber mordido, al fin, el grito roto de tu vida, el hilo dulce de tu alma, en una devoración larga y profunda que te deshace en nombres, ayes, besos. Era un verdor de días, una boca de luz, una manzana. Y la pesada gloria de tu cuerpo, una tierra caliente y trabajada de la que vuelan pájaros de voz.

(...)

En atardeceres con niebla, cuando yo salía por la ciudad, entre una multitud de ojos luminosos, vagos y flotantes, mirado por todas las máquinas de la ciudad, y subía a tu casa, llegaba entre panaderías y discotecas, iba en un ascensor viejo, lento, que pasaba patios hondos, casas sin pared, envigados al aire, tendederos inmensos, y así hasta el silencio de una alcoba verde con señores de barba impresa, peces colgados del techo, una cesta con fruta podrida, el viento en la terraza, y un libro abierto y sangrante. Tu pelo de costumbre, partido en dos, peinado por la soledad, y tus ojos de alcohol, un tabaco profundo y cansado, la arcilla apasionada de tu rostro, la boca rota y grande, historias de amor, recuerdos de recuerdos, manos duras y tibias, un cuerpo lleno de sexo y resentimiento, y mientras se consumaba la novela de las palabras, de los reproches, de los sueños, yo me enamoraba de tu pie breve, práctico, escueto, sin otra belleza que su esquematismo.


("Mortal y rosa". Francisco Umbral)

No hay comentarios: