jueves, 30 de septiembre de 2010

Otra nueva dosis redentora de Umbral (n+m)

Quizá, en el túnel lluvioso del invierno, el pesimismo y la humedad retienen el tiempo, alargan la vida. Tenemos entonces conciencia de ser desgraciados, o de ser inútiles, y nuestra inutilidad nos hace eternos. Inútilmente eternos. Pero en cuanto asoma la dicha, canta la luz o rueda el sol, el tiempo se deshiela, digamos, el gran iceberg se desliza y se deslíe. Es cuando los días se desprenden de mi cuerpo como la carne de los leprosos. Y son pústulas de oro, vetas enteras de mi vida, geografías de mi cuerpo que entierro para siempre. A veces se consigue la sensación óptica de que el tiempo está quieto, y se da con el fenómeno o el espejismo de lo circular, y un día es igual al otro, y entonces se tiene la angustia de la circunferencia, pero no hay transcurrir, no hay arrastre hacia la muerte.

En una de esas glorietas de tiempo quieto, aparece a veces el escritor, una hilacha de esa vida literaria que está lejos y cerca, un deleznable compañero que no nos ha acompañado nunca en nada. Viene de su fondo de erudiciones húmedas y amores homosexuales, viene de su garita literaria con moho en los dientes y piedrecillas en el pelo. Trae su alma de tabaco infecto, su sonrisa de niño viejo, sus ojos de chino intelectual, su fracaso, su untuosidad, su elegancia sobada y pobre, y lo que destila es odio y halago, amor y fracaso, resentimiento y melancolía, una agresividad rancia y una adulación innecesaria y mojada. No quiero nada con él, lo escucho,lo veo marchar, dentro siempre del proceso de su frustración, cavando sus propios túneles, los que dan a su tumba, volviendo al tronco de árbol podrido del que salió un momento para hacerme esta visita sonriente y enferma. Es uno, son miles. El pudridero literario está lleno de ellos. Locos fijos, envidiosos perfumados, enanos con miopía, toda clase de tipos, las innumerables formas de la frustración, porque la frustración puede tomar incluso la forma de un triunfo mate, voluntarioso y feo. Tullidos intelectuales, catarrosos de alma, neurasténicos, homosexuales de la sabiduría, tontos. Hay de todo. Y viene uno cualquiera, desvalido y pretencioso, y me deja sobre la mesa su charco de erudición y baba, y se va hacia la noche de los tiempos, fuera de mi luz, lejos de mi luz, en la que se ha quemado las alas un momento, sus sucias alas de volar en las bodegas.


("Mortal y rosa" Francisco Umbral)

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