martes, 29 de noviembre de 2011
Las ninfas II
Monte abajo, volvía lentamente a la ciudad, transfigurado de vientos, sintiendo que aquellas excursiones solitarias eran muy de poeta, y a medida que me acercaba a las calles, a las luces, algo acogedor, cálido y grato, un poco nauseabundo, me iba envolviendo, de modo que ya estaba otra vez en lo mío, y adivinaba la tibieza de los cafés, y las luces de las plazas, pero adivinaba también la cercanía del hogar y del trabajo. Entraba en la ciudad por calles estrechas, enlaberintadas de conventos, a la hora en que oscuros racimos de mujeres enlutadas regresaban de la iglesia a casa, trayendo en las manos un poco de tomillo o alguna flor de los altares que perfumaba al pasar. Dejaban de oírse las campanas y empezaban a escucharse los relojes de las torres, y en los rincones había parejas de sombra, como en mayor clandestinidad y delito de los que en realidad cometían, y pasaban perros, esos perros insomnes que se ve que no van a dormir en toda la noche.
Llegaba a la plaza y entraba en el café de más luz, aquel café con tratantes y bailarinas, como queriendo recobrar de golpe toda la ciudad, mi aura de poeta cosmopolita, urbano, pero la montaña seguía dentro de mí, ligera, honda, oscura, y de vez en cuando me acordaba de aquella tarde, que había sido una tarde lírica, sola, una tarde impar que no parecía de mi vida. Y llevaba dentro las voces del campo, esas voces que llaman a alguien, muy lejos y muy lentamente, y los ladridos de perros que sólo pueden venir del cielo, todo lo que en el campo había oído sin oírlo, y que ahora me enriquecía secretamente. Pero tratar de ponerlo en verso era convencional y prematuro. Estaba ya jugando a poeta, estaba falseándome, estropeando lo que de cierto y puro pudiera haber en aquella excursión. De modo que tomaba mi café con leche, sentado en uno de los divanes rojos y pajizos, entre tratantes de ganado, estudiantes golfos y viejas meretrices, mirando a las bailarinas en su alto tablado, aquel revuelo de tela pobre y muslos feroces, aquella fiesta barata de flamenco cansado y bragas rojas. Había sido un día intenso, sentía que mi vida era intensa por cómo el empleado de por la mañana se había metamorfoseado en Nietzsche-Unamuno a la tarde, sobre una cumbre, y volvía a ser ahora un poeta maldito, un Baudelaire de café con leche, quizá incluso con mis guantes amarillos sobre el mármol marcado del velador, como la melena verde de Baudelaire o el paraguas rojo de Azorín. Había sido muchos hombres en un día, demasiados hombres, y retardaba el momento de volver a casa a dormir, aunque tenía que madrugar, y me preguntaba si estaba representando una comedia, si algo de todo aquello era verdad o lo iba a ser algún día, y llevaba en el fondo esa duda radical y vaga que es la duda sobre uno mismo, sobre la propia sinceridad, el no saber si uno se está engañando voluntariamente, ese final falaz y triste que hay dentro de uno.
(fragmento extraído de la novela "Las Ninfas" de Francisco Umbral, premio Eugenio Nadal del año 1975)
viernes, 25 de noviembre de 2011
GeS mañana en la sala Óxido (Guadalajara)
En la sala Óxido (C/ Batalla de Villaviciosa, 11. Guadalajara).
Gritando en Silencio tocarán bien fuerte
y yo andaré cerca saltando un poco.
Que para eso vuelve a ser viernes coño.
Tokio ya no nos hiere VI
Ella tiene prisa. Tiene que estar muy pronto en alguna otra parte.
Ella dice. No tengo todo el tiempo del mundo.
Ella dice. No todo depende de ti. Hay al menos un millón de cosas que tú no puedes cambiar y son todas importantes.
Ella cree que entiendo lo que dice, pero lo cierto es que no sé muy bien de qué me habla. Yo enciendo un cigarrillo y ella se enfada porque piensa que besar a un hombre que fuma es como limpiar un cenicero con la lengua.
Ella aún no se ha quitado el abrigo pero yo conozco el vestido y ya me imagino sus hombros.
Hace calor. Las ventanas están cerradas. Si todo el edificio estuviera en llamas, alrededor de esta misma habitación , no haría más calor del que hace ahora.
Ella dice que las cosas que no dependen de mí no voy a poder cambiarlas nunca y que las otras, las que al parecer están a mi alcance, probablemente tampoco. Luego se queda tanto rato callada que me asusto, como se asusta un niño despierto en mitad de la noche incapaz de reconocer los sonidos de su propia casa. Ella dice que no soy capaz de construir nada, y que el futuro depende de lo que construyamos ahora, de todo lo que aun no hemos construido. Luego se quita el abrigo y lo tira sobre la cama. Yo enciendo el televisor y me cojo otra cerveza. La puerta del baño está entreabierta. El baño es dorado. Ella está casi desnuda. Ella casi no me mira. Ella esconde un animal muerto en cada mano. Ella es una mujer acorralada entre el recuerdo y las premoniciones. Como un gigante despedazado por dos caballos salvajes. Atado de pies y manos a dos caballos que corren en direcciones opuestas.
Ella dice: este sitio es horrible.
Pero yo no puedo estar de acuerdo.
(fragmento extraído de Tokio ya no nos quiere, de Ray Loriga)
viernes, 18 de noviembre de 2011
Rock Marley esta noche en Tic-Tac
A partir de las 22h.
En Paseo de las Moreras, 16. Alcalá de Henares.
Podremos disfrutar del directo de esta banda y sus versiones rock de los temas míticos de Bob Marley.
"Vámonos, que es viernes. Y los viernes es cuando pasan cosas."
Las ninfas
Hacia media tarde, cuando había terminado el partido, yo me encontraba otra vez con Miguel San Julián en la calle principal, debajo de un marcador de fútbol que tenía ya, escritos con tiza, los resultados de los encuentros correspondientes a la categoría en que militaba el club local. Miguel San Julián me contaba algunas cosas del partido y en seguida nos poníamos a perseguir chicas, paseábamos tras ellas y les decíamos cosas, y yo advertía que mis palabras eran siempre más complicadas, más literarias, menos espontáneas que las de Miguel San Julián, porque yo, al fin y al cabo, estaba representando una comedia real, la comedia de mi vitalismo, auténtico, pero falsificado por la sola mirada de mi otro yo, mientras que Miguel San Julián, siempre de una pieza, decía las cosas con el alma, cosas elementales y directas, o tópicas y vulgares que a mí incluso me avergonzaban un poco, aveces, pero que encontraban más eco y más risa entre las chicas.
Hasta que teníamos a dos paseantas entre nosotros, dos chicas olorosas a colonia y a domingo, olorosas a pipas, a cacahuetes o a cine, olorosas a chica, sobre todo, y que iban muy cogidas del brazo y nos escuchaban con una burla popular en los ojos y en la boca, o hablaban entre ellas, o, por fin, se reían ruidosamente, claramente, para aliviar, sin duda, la tensión del momento, el embarazo de aquella situación, la emoción de habernos conocido los cuatro de pronto. Si la conversación no iba bien, probábamos, en una vuelta del paseo, a cambiarnos de lado, a cambiarnos de chica, y en esto los ojos claros de Miguel San Julián funcionaban a la perfección, con miradas que eran señales precisas.
Las acompañábamos, luego, a sus barrios lejanos, paseando, y la gran victoria era desparejarlas -cosa nada fácil-, conseguir que soltasen los eslabones dorados de sus brazos y se viniera cada una con uno de nosotros, hasta su portal oscuro, donde todo terminaba con un amago de beso y la carrera alocada de la muchacha escaleras arriba. Pero lo más frecuente era que nos quedásemos solos en un barrio lejano, Migue San Julián y yo, comentando el encuentro con las chicas, hasta que las íbamos olvidando poco a poco y se iba borrando de nosotros el perfume sencillo y fascinante de sus cuerpos. Entonces, Migue San Julián se consolaba recordando el partido de por la tarde, la victoria de su equipo, o cantaba canciones mejicanas, y yo asistía en silencio a la vida de aquel ser sin fisuras, sin desflecamientos, que podía ser otro modelo para mi propia vida (tan distinto de los poetas del Círculo Académico, pero acaso más válido), porque todo eran modelos a imitar, por entonces, desde el escritor famoso hasta el amigo de la acequia. Nos despedíamos hasta otro domingo y regresaba yo a casa, solo, tarde ya para cenar, por barrios lejanos, desconocidos y llenos de luna, entre tapias, traseras, campos y huertos. El ladrido de un perro o el silbido de un tren, en la lejanía, me daban como la medida de mi soledad.
(fragmento extraído de la novela "Las Ninfas" de Francisco Umbral, premio Eugenio Nadal del año 1975)
jueves, 17 de noviembre de 2011
martes, 15 de noviembre de 2011
"Todas las canciones hablan de mí" mañana en Alcine 41
Ya conté por aquí lo que me flipó esta peli cuando la descubrí hace unos meses. Es pedante y cursi, asíque me sentí claramente identificado. El caso es que mañana la proyectan en el Teatro Salón Cervantes de Alcalá de Henares a las 22h. Formando parte de la sección "Pantalla Abierta" del festival internacional Alcine del que también informé por aquí hace nada. La entrada cuesta 3 euros, y al terminar la cinta se celebrará un pequeño coloquio con su director, Jonás Trueba. No perdáis la oportunidad. Os lo recomiendo con auténtico entusiasmo. Aquí dejo el trailer para terminaros de convencer.
Sigo jugando solo
Preg. 123, MIR 2002:
Un niño de 14 años acude a su consulta por presentar herida por mordedura en antebrazo, con exudado purulento que ha empeorado a pesar del tratamiento con clindamicina. ¿Cuál es la etiología más probable de la infección de la herida?
1. Staphylococcus Aureus.
2. Estreptococo beta-hemolítico grupo A.
3. Eikenella Corroen.
4. Capnocytophaga Gingivales.
5. Mycobacterium Tuberculosis.
Preg. 33 MIR 2000:
Paciente de 56 años diagnosticado de carcinoma epidermoide de pulmón con metástasis óseas, hepáticas y pulmonares. Basalmente, su índice de Karnofsky es de 20 y está encamado el 100% del día. Sigue tratamiento con cloruro mórfico 10mg/4h s.c., dexametasona 4mg/8h s.c., haloperidol 2,5mg/8h s.c. y midazolam 7,5 mg s.c. por la noche. El paciente comienza con agitación psicomotriz progresiva. Se realiza analítica que evidencia calcemia de 13 mg/dl. No se produce mejoría tras administrar 2 dosis de 5mg vía s.c. de haloperidol. ¿Qué actuación propondría?
1. Sedación con midazolam por vía subcutánea por agitación como evento terminal.
2. Administración de clodronato para corregir hipercalcemia.
3. Administración de calcitonina para corregir hipercalcemia.
4. Continuar con la administración de 5 mg de haloperidol cada 4h hasta alcanzar 30 mg.
5. Administrar sueroterapia, monitorización.
(Las respuestas correctas y su correspondiente explicación teórica en conspiraciones en los próximos días.)
domingo, 13 de noviembre de 2011
No pienses. Salta.
¿Quién los ve andar por la ciudad
si todos están ciegos?
Ellos se toman de la mano: algo habla
entre sus dedos, lenguas dulces
lamen la húmeda palma, corren por las falanges,
y arriba está la noche llena de ojos.
Son los amantes, su isla flota a la deriva
hacia muertes de césped, hacia puertos
que se abren entre sábanas.
Todo se desordena a través de ellos,
todo encuentra su cifra escamoteada;
pero ellos ni siquiera saben
que mientras ruedan en su amarga arena
hay una pausa en la obra de la nada,
el tigre es un jardín que juega.
Amanece en los carros de basura,
empiezan a salir los ciegos,
el ministerio abre sus puertas.
Los amantes rendidos se miran y se tocan
una vez más antes de oler el día.
Ya están vestidos, ya se van por la calle.
Y es sólo entonces
cuando están muertos, cuando están vestidos,
que la ciudad los recupera hipócrita
y les impone los deberes cotidianos.
(poema Los Amantes del libro Último Round, 1960. Julio Cortázar)
viernes, 11 de noviembre de 2011
Presentación de la segunda edición de "Alas de mar y prosa" de Escandar Algeet
Este tipejo es increíble.
Y todo lo bueno que le pase es poco en este mundillo apestoso de páginas, cinismo y egolatrías. Lo está petando. No me sorprende.
Le debo ya incontables favores. Cervezas. Y sé que esto es importante. Además no suelo anunciar por aquí eventos a los que no tengo intención de asistir, pero esta vez no puedo.
La fiesta me pillará lejos, bastante al norte, en un viaje precipitado y evasivo. Loco y necesario. Temerario y divertido.
Pero recomiendo efusivamente la ceremonia a todo consumidor dipsómano de poesía y viernes. Pasadlo bien.
Tokio ya no nos hiere V
Mis bolsillos están rotos.
No hay nada de lo que ahora me dan que vaya a seguir ahí mañana.
(...)
La buena mujer me dice también que son siempre los desgraciados los primeros que se van con la corriente, venga de donde venga el agua. Nadie recuerda nada, dice la mujer. Antes de preguntarme a mí por mi propios recuerdos.
-¿Yo?
-Sí, usted, ¿qué es lo que ha olvidado?
Y aunque la pregunta no puede ser más sencilla, la verdad es que no sé muy bien qué decirle a esta buena mujer, porque durante estos días sin recuerdo, el tiempo que llevo en el hospital, mi mente ha dado muestras de un caos mayor y diferente del resto de los hombres sin pasado, al haber aparecido viejas imágenes quemadas mientras otras desaparecían. Algo que tiene a mis médicos muy distraídos y que han dado en llamar anarquía mnemónica.
¿Qué es lo que he olvidado?
La misma pregunta es absurda, y sin embargo es la pregunta que vuela por los pasillos de este sitio al caer la noche. La pregunta que vuela dentro de las habitaciones cerradas y en el jardín, por encima de las cabezas de todos los que paseamos mirando al cielo cada vez que la lluvia nos da un respiro. También es la pregunta que flota en la piscina y la que nos llevaremos cuando salgamos de aquí. Camino de la ciudad al final de la carretera o de cualquier otra ciudad igualmente extraña.
¿Qué es lo que he olvidado?
Y cómo coño quiere usted que yo lo sepa, amiga mía.
Lo único que puedo decirle es que parte de lo que debería haber olvidado sigue aquí y que mientras uno se vuelve loco apagando nuevos incendios son los viejos incendios los que reviven con la fuerza de las imágenes de las viejas películas.
¿Qué he olvidado?
Todas las oraciones, el hombre de mis padres, la sombra de los árboles juntos a la valla de mi colegio, el mundial de fútbol del 78, si he ido alguna vez en barco, las heridas de bala, si las ha habido, los hijos, si los hay, sus caras, las caras de un millón de mujeres, por alguna extraña razón no demasiadas películas, pero desde luego algunas, números, puede que algún idioma, mañanas, tardes, noches, el sabor de muchas cosas y también el color de muchas cosas, cientos de canciones, cientos de libros, favores, deudas, promesas, direcciones, amenazas, calles, playas, puertos, ciudades enteras, he olvidado Berlín y he olvidado Roma, por supuesto no he olvidado Tokio, he olvidado el día de ayer, completamente, como olvidaré el de hoy y después el de mañana.
¿Qué más he olvidado?
La he olvidado a usted, señora mía, y he olvidado el jardín y la piscina y he olvidado todas las heridas en mis propias manos pero sintiéndolo mucho y no sabe usted cuánto no he conseguido olvidarla a ella.
(fragmento extraído de Tokio ya no nos quiere, de Ray Loriga)
jueves, 10 de noviembre de 2011
"Del frío" en Crítica Feroz y Neorrabioso
Pues eso, que hoy vengo a celebrar las desventuras de este poema mío dando tumbos por el extranjero hostil que son los blogs de poesía y otras vísceras infecciosas.
En primer lugar, algo insólito: la acogida del texto con más clemencia que ferocidad entre los implacables francotiradores de la crítica poética. Insólito para mí, por supuesto. Puede presenciarse aquí toda la cadena de comentarios quirúrgicamente analíticos y salvajemente dinamiteros. Catorce nada menos. Y muchos de ellos en un tono suavizado, casi complaciente. Demasiados. Todos de una altísima calidad crítica, que revelan un profundo conocimiento en materias de filología e historia de la literatura, pero sobre todo una lectura concentrada y con auténtico interés.
Gracias. Éxito del poema y fracaso del blog en su pretensión despiadada original, supongo. También derrota personal en mi intento incansable de que me partan la cara de alguna forma. Incluso así de extravagante.
Y como si todo ésto fuera poco, hace pocos días Batania recogía el poema en su blog como su favorito de la jornada en Crítica Feroz. Alegrón. Que una de mis poesías supere el riguroso filtro diario de este genio mediático, controvertido y enamorado de su locura que es Neorrabioso, para mí es la hostia. Es todo un referente en la red en cuanto a creación poética y activismo literario callejero. Y se lo ha ganado a pulso. Supone un gran reconocimiento. Y le estoy muy agradecido. También por su crítica del poema que copypasteo a continuación:
Me encanta. Lirismo macho, sí señor. Dice Gombrowicz que para él la literatura es "lo duro"; él denunciaba a la mayor parte de la poesía, sobre todo la rimada, como blanda, azucarera, agua muerta. Pero estoy seguro de que Gombrowicz no diría eso ante poemas como éste.
Como siempre, hay partes mejores y peores, pues cuanto más largo es un poema más oportunidades hay de fallar. No me disgusta "el sol velado de yema hervida". Al revés: me encanta porque utilizas una figura, la metáfora descendente, por la que siento predilección. ¿Sabes? Cuando los poetas petrarquistas y renacentistas ya habían agotado todas las metáforas ascendentes y mariconadas posibles sobre la luna, llega Góngora y se le ocurre llamarla "requesón del cielo". Y se monta un escándalo de órdago (hasta Lope hace una comedia en la que se descojona de ese uso). ¿Llamar a la luna, ese espejo de los enamorados, esa princesa de diamante, "requesón del cielo"? No, Góngora había llegado demasiado lejos. Luego, con las vanguardias, ya todo el mundo hace ese tipo de cosas y, de hecho, desde que se llegó a la luna sabemos que se parece más a la que decía Góngora que a la de los petrarquistas (la luna es una novia fea, vieja, mojigata, coñazo y poetita).
El tono. Qué tono, macho. La desolación alcanza. En lo de "rajar" tengo dudas. Creo que es un verbo demasiado fuerte: introduce violencia en el poema y creo que el tono general es el de conseguir intensidad sin meter cuarta.
Los cuatro versos finales, desde el "el extravío que eres", también muy buenos, enriquecen el poema, pero sin ellos el poema también funciona, ojo: esos últimos versos nos tiran al lado del fracaso amoroso, pero sin ellos la palabra derrota seguía siendo nítida.
lunes, 7 de noviembre de 2011
Tokio ya no nos hiere IV
Las fotografías cerca del río Saigón aparecen ahora como polaroids extraordinariamente lentas que por fin se dibujan sobre el papel blanco, años después de haber sido tomadas. Como si entre el paso y la huella se hubiera extendido una demora absurda.
El médico, que es un hombre de mi edad, alegre y ruidoso, un hombre al que le gusta quitarle importancia a las cosas, me dice que no tenga prisa ni miedo, que la memoria esconde las cosas pero que las cosas, a menudo siguen ahí, por alguna parte, y luego me habla de su mujer y me dice que su mujer esconde un diario desde hace años, un diario en el que lo escribe todo desde que era una niña, y que esconde cada uno de esos libritos para que él no pueda verlos, pero que esos libritos están por alguna parte y que, tarde o temprano, dará con ellos. El médico dice que todo lo que está escondido está esperando, precisamente, ser encontrado. Al otro lado de la ventana se ve a una mujer dentro de una cabina de videoteléfono. Después de hablar un bun rato, la mujer cuelga el auricular y se queda dentro de la cabina hasta que todo lo que ha dicho y todo lo que ha oído encuentra su sitio y luego sale de allí y cruza la carretera sin mirar apenas los coches, como si lo que había al otro lado del teléfono fuera infinitamente más peligroso.
-Y cómo es que al ver su cara, doctor, no la recuerdo y sin embargo al tenerle a usted delante estoy seguro de poder recordarle todo el día, hasta que...
-Hasta que mire usted las flores.
Las flores, amarillas, tulipanes si no me equivoco, están en un jarro de cristal junto a la cama y al mirar las flores puede ser que el doctor desaparezca pero al darme la vuelta sigue ahí.
-Inferencia retroactiva y proactiva.
-No suena mal.
-Un recuerdo desaloja a otro. Como cuando buscamos una melodía y otra más antigua o más reciente se impone a la mente.
Una vez vi a una pareja. desnudos los dos, hablando frente a la ventana de un edificio frente a mi propio edificio. Detrás de ellos había una enorme pecera con una luz azul dentro. La moqueta roja. La televisión encendida. Un hombre y una mujer hablando desnudos frente a la ventana. Me pregunto qué otro recuerdo habrá sido desplazado por éste. Por supuesto no le cuento nada de ésto al médico. Así que el médico se aburre y se impacienta.
-¿Volverá mañana?
-Claro.
-¿Le recordaré entonces?
-No lo creo.
-Antes de que le olvide, ¿puede decirme porqué unas imágenes vuelven sin buscarlas y otras parecen haber desaparecido para siempre?
-Sinceramente, no. Puede que por medio de un proceso de inhibición, de origen afectivo, esté reprimiendo usted un recuerdo vinculado a una emoción negativa, pero también puede ser que un proceso de filtrado esté dando prioridad a determinada información desplazando al resto de sus recuerdos a una situación de espera. En uno y otro caso casi todo lo que no consigue ver no está perdido para siempre.
-Dígame otra cosa, doctor, ¿soy un buen enfermo?
-No; no lo es, creo que esconde cosas que aún no ha perdido.
Y dicho ésto, mi amigo el buen doctor coge y se larga, no sin antes despedirse con esa maldad que distingue a los médicos del resto de los seres humanos.
-Ahora, si quiere, ya puede usted mirar las flores.
Las flores son amarillas, tulipanes seguramente.
(fragmento extraído de Tokio ya no nos quiere, de Ray Loriga)
domingo, 6 de noviembre de 2011
Tokio ya no nos hiere III
Decido, con muy buen criterio, no pasar la noche en las cabinas del aeropuerto, porque en esos nichos apenas le caben a uno los pies y porque resulta mucho más estimulante, para el cuerpo y para el alma, darse una vuelta por el infierno amable de Cao San Road. Ahora no tengo que registrar mis movimientos ni justificar mis gastos. Ahora puedo mirar las calles y dejar que los mensajes se acumulen en el correo electrónico como cartas en la puerta de un muerto. Ahora el placer es la primera y la única de mis prioridades. Ahora podría pasar la noche bailando y la noche siguiente también, si quisiera.
Pero no quiero.
Ahora puedo olvidar la imagen de la mujer, tu imagen, cada vez que aparezca.
Y después olvidar haberlo hecho.
El monorraíl entra en Bangkok y la gente se amontona en las estaciones y debajo de las estaciones, esperando un sitio en el andén. Bajo por las escaleras, primero al nivel de la autopista y luego al nivel de la vía lenta y aún otro nivel más hasta el suelo. Las barras de luz bajo los paraguas iluminan las caras de los cocineros y los clientes, a uno y otro lado de los puestos de pescado hervido. En Cao San Road se juntan todos los colgados del sudeste asiático esperando dinero, billetes de avión de saldo hacia cualquier esquina del planeta, visados, lo pero de la química amateur, cualquier cosa para seguir el viaje. Cao San Road es la gran estación para los viajeros en tránsito, el limbo, la sala de espera. Nadie quiere quedarse aquí mucho tiempo, y el que se queda aquí mucho tiempo sabe que las cosas no van bien, aunque por supuesto guarda siempre la esperanza de que todo mejore. Como se espera a que pare la lluvia. Con la misma esperanza imprecisa. Cao San Road no es nunca el final del viaje.
Los vendedores de cerveza se pasean arriba y abajo de la avenida con sus neveras de plástico colgadas del cuello. Me compro una lata de cerveza local, cojo una habitación en un hotel no demasiado sucio, me doy una ducha, me cambio de ropa y bajo a los callejones, detrás de los bares llenos de extranjeros que pasan las horas viendo películas americanas en televisiones colgadas del techo con cadenas. Compro un gramo de coca, algo parecido al DMT, y una bolsita de marihuana. Por supuesto me subo a dos preciosas tailandesas a la habitación. Bebemos, fumamos, nos metemos casi toda la cocaína y un poco del nefasto DMT. Me las follo a las dos con desesperación. Follar sin amor siempre es un acto desesperado, sobre todo para un viejo niño católico. Les pago más de lo que piden y menos de lo que merecen. Con la química que llevo en la maleta, el dinero va a dejar de ser un problema durante una buena temporada. Una de las chicas se larga enseguida, la otra se queda conmigo. Me cuesta dos o tres horas más quedarme dormido. Veo amanecer y miro pasar los vagones del monorraíl desde la ventana. Por un momento tengo la sensación de que ésta va a ser la mejor semana de mi vida y hasta puede que la última.
Me duermo pensando en la mujer que aparece en los sueños y fuera de ellos.
Sé cosas de nosotros y guardo otras cosas que imagino, como si fueran cartas firmadas con sangre.
Por fin estoy dispuesto a olvidarlo todo.
(...)
Ya no hay nada que la química no pueda esconder ni nada que la química no sea capaz de traer de vuelta.
(fragmento extraído de Tokio ya no nos quiere, de Ray Loriga)
sábado, 5 de noviembre de 2011
jueves, 3 de noviembre de 2011
Tokio ya no nos hiere II
El autobús de Nogales se retrasa por culpa de un nuevo accidente aéreo. Un avión de pasajeros se ha derrumbado esta mañana en medio de la autopista 19. Todo el tráfico norte sur detenido. La habitual desolación en los telediarios y yo me quedo mirando la carretera como se miran las cosas que hace un minuto tenían sentido pero que ya no lo tienen. Como una botella vacía o un billete roto. Helicópteros sobrevolando toda la mañana, sustituyendo el servicio de autobuses. He dejado pasar dos, porque no tengo prisa y porque no quiero volar por encima de una hilera de muertos extendidos por toda la autopista. Así que me siento en la casa internacional del panqueque y me bebo una cerveza y espero rodeado de sirope y mermelada, intranquilo como alguien que después de oír el golpe contra su coche no es capaz de encontrar el animal muerto. Éste es un trabajo extraño. Fotos de inmensos panqueques bañados en nata y cientos de hombres y mujeres terriblemente obesos delante de cientos de panqueques. Las sillas y las mesas pintadas de rosa, las paredes y el techo pintados de azul celeste, flores de plástico en los maceteros, una anciana camino de Sun City esconde un perro en el bolso, hay un retrasado mental amenazando a una camarera con una cuchara de plástico, hay al menos dos ancianos con un solo brazo y la fuente de la entrada se ha quedado sin agua.
Dios no sabe que esto existe.
(...)
En Kaibab, cerca del gran cañón del Colorado, hay un valle donde la bruma se arrastra a ras de suelo y es una bruma helada y rápida, y es tan raro que uno no tiene más remedio que parar el coche y andar de un lado para otro, y aunque es el gran agujero el que atrae a los turistas, es este extraño valle el que te asusta no poder olvidar.
(...)
Después de hacer la entrega, durante todo el camino de vuelta a Phoenix, la bruma blanca del valle de Kaibab es lo único que me preocupa y cuando llego a la reserva de los indios hualapai para el siguiente negocio, aun me preocupa lo mismo. Por alguna razón no parece imposible que esa bruma pueda quedarse conmigo para siempre. El más viejo de los indios me cuenta una historia absurda acerca del incendio de un bosque hace más de treinta años. Lo perdí todo en ese incendio, dice el viejo, y por lo que a mí respecta es como si el fuego aún siguiera encendido. Por eso le necesito a usted, porque un incendio apagado puede seguir quemándole a uno toda la vida.
Después de acabar con los indios, mi coche me lleva hasta el aeropuerto en el valle dorado y, mientras espero a que el avión despegue, me imagino por un momento siendo el dueño de una vida distinta. Imagino una casa cerca de una ciudad pero aun así lo bastante lejos y nadie en el jardín y nada que merezca la pena olvidar ni nada que merezca ser recordado.
Y amanece en Tijuana y yo estoy solo y la moqueta de la habitación es azul y las cortinas amarillas y hay que volver a pasar el control y esta vez, como es lógico, da positivo aunque no sé bien porqué y eso desde luego también es normal, porque sólo después de olvidar eres completamente inocente y por eso mismo, definitivamente culpable.
(fragmento extraído de Tokio ya no nos quiere, de Ray Loriga. Cuyo enfoque de los conceptos de memoria y olvido está cambiándo mi manera de entenderlos. Y puede que sea irreversible. Como las buenas lecturas y las malas experiencias.)
martes, 1 de noviembre de 2011
Ahora
"Llegará un momento en que extrañe
a la que ahora eres
porque ya no exista"
te dije.
El momento ha llegado.
Va a quedarse.
Y ahora no tengo a quién decírselo.